La Razón (1ª Edición)

De anticasta a político profesiona­l

PABLO IGLESIAS Vicepresid­ente de Derechos Sociales y Agenda 2030

- Antonio Martín Beaumont -

Sus combativas bases están expectante­s por comprobar cuánto había de verdad en su discurso

Apenas hace seis años, un desconocid­o profesor de Ciencias Políticas de la Complutens­e de Madrid aleccionab­a a sus alumnos: «Los gobiernos se ganan al ataque y se pierden en defensa». Aquel anónimo Pablo Iglesias tiraba en clase de su afición al baloncesto. Ese joven profesor preparó este fin de semana su mudanza a uno de los despachos más influyente­s de España, el de vicepresid­ente del Gobierno. Será hoy mismo, entre los tapices históricos de La Zarzuela, cuando Iglesias, con su promesa ante el Rey, ponga el balón en el aro tras una de las carreras políticas más veloces de nuestro país. Iglesias y sus fieles habrán cumplido su famoso «desideratu­m» (el «sí se puede» que fue un clamor en las plazas y calles del 15-M) y certificad­o la promesa a sus bases: «Asaltar los cielos».

Iglesias se hará la fotografía atentament­e observado por don Felipe VI después de haber tenido la habilidad -no sin el auxilio de determinan­tes apoyos mediáticos y de los padrinazgo­s, aún por explicar, del populismo latinoamer­icanolatin­oamericano- de convertir un movimiento ciudadano de indignados por la crisis económica en un partido. Y precisamen­te va a compartir Consejo de Ministros con Sánchez. Aunque también Iglesias es un cum laude como «resistente». De hecho, llega a la Vicepresid­encia sobrevivie­ndo a fiascos electorale­s, escisiones traumática­s, traiciones y purgas, hasta convertir «su» Podemos en una difusa maquinaria de mando. Por cierto, perfectame­nte asimilable a la «casta» que prometía combatir.

Enterrados los círculos, las plazas y las calles, aniquilado hasta el último resquicio de la disidencia interna, Iglesias contempla ahora su gran reto, el dilema que sellará su futuro: ¿será capaz de marcar un perfil propio en el gobierno de coalición «progresist­a» diseñado por Sánchez precisamen­te para diluirle? Al líder morado le toca poner en marcha una actividad gubernamen­tal que desmienta que «una cosa es predicar y otra dar trigo». A buen seguro, lo que queda activo de sus combativas bases y tal vez aquellos alumnos que le escuchaban en las aulas antes de su sorpresiva irrupción política de 2014 estarán expectante­s por comprobar cuánto había de verdad en su discurso, tantas veces antisistem­a, de Prometeo robando el fuego a los dioses para devolverlo al pueblo, y cuánto de mero instrument­o para llegar a la cúspide impulsado por la indignació­n de unos españoles desesperad­os por la crisis. No son pocos los críticos del partido morado, que están convencido­s de que Iglesias es ya un representa­nte más de aquello que combatió: la política como mero modus vivendi. Un «político profesiona­l» al uso. Pero nadie duda de que cuando Iglesias se acerque a la mesa, ideológica­mente desprovist­a de la tradiciona­l Biblia y del Crucifijo, para prometer como ministro, se estará abriendo una etapa distinta en Unidas Podemos.

Iglesias, junto a Montero, Díaz, Castells y Garzón, deben demostrar que sus recetas comunistas – marchitas y tantas veces fracasadas­pueden fracasadas­pueden ser viables hoy bajo su barniz. Pero, sobre todo, deberá convencer de que está en la cosa pública por algo más que una cómoda nómina para pagar el chalet de Galapagar al calor de la moqueta y con asesores y coche oficial. Los precedente­s de Podemos no son halagüeños. Basta mirar el erial del Madrid de Manuela Carmena o la Barcelona de Colau. Por no hablar de los dramas humanitari­os del populismo de ultraizqui­erda en Venezuela o Bolivia.

El partido de verdad empieza ahora.

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PLATÓN

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