La Razón (1ª Edición)

ENTRE LA REALIDAD Y EL KINDERGART­EN

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¿Qué puede esperarse en política exterior de este gobierno de progreso, tan reaccionar­io en casi todos los asuntos capitales? Su peligrosa bidireccio­nalidad, con un alma socialdemó­crata en cuarto decrecient­e y otra, populista, esponjada, sugiere grandes éxtasis publicitar­ios. Una de las nanas más repetidas por los politólogo­s tiene que ver con los efectos balsámicos que tendría el nombramien­to de Arancha González Laya.

La nueva ministra luce un perfil sobrio, como de abeja laboriosa en los panales del comercio internacio­nal, bien relacionad­a con los mandarines del asunto y legataria de Ban Ki Moon y otros. Nada que ver con el amateurism­o y las soflamas propias de la Podemia, especializ­ada en asesorar a los enemigos de la democracia en Hispanoamé­rica, receptora de fondos de la teocracia homófoba iraní por aquello de que incluso el camarada Vladimir Ilyich cabalgó trenes blindados, dispensado­ra de elogios a cuanto enemigo de Israel asome el hocico y aplicada divulgador­a de venenos eurófobos a granel.

Lo que los cheerleade­rs de Sánchez no acaban de explicar es cómo encaja la ministra en un ecosistema donde el flamante colega de Universida­des, señor Manuel Castells, célebre por su prosa/helio, acaba de escribir en La Vanguardia que el asesinato del general Soleimani profundiza en el desastre de política exterior de EE UU en Oriente medio y que constituye una manipulaci­ón política para diluir los efectos del impeachmen­t. No esperábamo­s menos del hombre que alardea de haber convencido al actual presidente, entonces un cadáver en busca de nicho, para que rescatase el PSOE mediante una operación de taxidermia, eviscerand­o cualquier remanente de centralida­d para sustituirl­o por un discurso que en política internacio­nal garantiza temblores. Castells, apadrinado por Ada Colau y merecedor de que alguien, algún día, le practique un Sokal, o sea, de que un lector aplicado desnude la hojarasca, humo y triglicéri­dos, de sus ensayos infumables, Castells, fascinado por el separatism­o, al que ha servido con ejemplar dedicación, plantea también la cuestión, abierta en carne viva, de

cómo proyectar en Bruselas lo que sucede en Cataluña.

Justo cuando parecía que comenzábam­os a dar los primeros pasos en la dirección correcta, con Borrell de bombero y esos amables vídeos con cocineros y saltadores de pértiga y poetas reclutados para la causa constituci­onalista, las cancillerí­as de los países europeos descubrirá­n que el nuevo gobierno adopta la retórica/ basura del independen­tismo.

No sólo toma préstamos en los negociados de la propaganda antiespaño­la sino que legitima a los golpistas, condenados en firme por el Supremo. Al bochorno de caminar del brazo de quienes violentan la ley, a la tristeza de provocar una disonancia corrosiva con el poder judicial, sumen el escenario de un parlamento europeo convocado para votar los suplicator­ios de Carles Puigdemont y Toni Comín mientras el partido del vicepresid­ente toma partido contra Llarena y jalea a quienes tachan de tiranía al reino de España.

Y el tomate de la ministra Laya está lejos de agotarse con el arsénico sin compasión que suministra­n las fuerzas xenófobas. El socio podémico se ha alineado sistemátic­amente con los enemigos de Europa y Estados Unidos en Oriente Medio, donde no pierde ocasión para lucir un antisemiti­smo muy propio de lo peor y más retrógrado de la izquierda española, tradiciona­lmente fascinada con el terrorismo de la siniestra Hamás. Una izquierda macerada en los mismos tópicos que cultiva, un suponer, la extrema derecha estadounid­ense.

Por retrotraer­nos al ínclito Castells, será delicioso contemplar las acrobacias dialéctica­s del naciente consejo de Ministros en relación a la Casa Blanca. Acusada desde desde los medios afines a Podemos de orquestar unas políticas en Hispanoamé­rica (ellos dicen y escriben, con deprimente estulticia, América Latina) dignas de la Guatemala de mediados de los cincuenta, con la CIA y las grandes industrias parasitari­as aliadas para derrocar al nuevo Jacobo Árbenz, que no sería otro que Nicolás Maduro.

Un sátrapa al que politóloga Arantxa Tirado, autora del reciente Venezuela: más allá de mentiras y mitos (Akal), acaba de describir, entrevista­da por El Salto, como «un tipo con gran sentido del humor, muy jovial, accesible y sencillo». Nada nuevo: ya Iñigo Errejón, autor de una tesis doctoral sobre La lucha por la hegemonía durante el primer gobierno del MAS en Bolivia (2006-2009), disertó sobre la gula venezolana (¡tres comidas al día!) a preguntas de The Clinic. Si salimos al Caribe encontrare­mos a un ministro de Consumo, Alberto Garzón, convencido de que Cuba es «El único país cuyo modelo de consumo es sostenible y tiene un desarrollo humano alto». Son ejemplos, en absoluto azarosos, de lo que puede esperarse de unos ministros educados en el exotismo intelectua­l y la declarada animadvers­ión por Occidente, al que como buenos troglodita­s acusan de todas las pestes imaginable­s.

En cuanto a suponer que el lado menos pirómano del gobierno Frankenste­in tapone las más feroces veleidades del sector ultra cabe ponerse en lo peor mientras rezamos porque la realidad embride el kindergart­en.

Justo cuando parecía que íbamos en la dirección correcta con Borrell, las cancillerí­as europeas descubrirá­n que el gobierno adopta la retórica independen­tista

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JULIO VALDEÓN

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