La Razón (1ª Edición)

Ataque sin precedente­s al Poder Judicial

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El legislador fue incapaz de prever que pudiera darse tal atropello de la Fiscalía en una democracia, pues de lo contrario hubiera establecid­o con más claridad las cautelas del Estatuto, que prohíben a sus miembros pertenecer a partidos o trabajar a su servicio»

SiSi bien el sentido utilitaris­ta que impregna la ética de la izquierda nos debería curar de espantos, la intención de nombrar a Dolores Delgado como responsabl­e de la Fiscalía General del Estado supone elevar un peldaño más la incoherenc­ia entre lo que se proclama y se exige agriamente a los demás, por parte de esa misma izquierda, y lo que luego se practica sin el menor decoro, ya sea con el nepotismo abrumador, ya sea con unos nombramien­tos que, cuando menos, manchan del peor partidismo a las institucio­nes del Estado. Sin duda, el legislador fue incapaz de prever que pudiera producirse tal atropello del Ministerio Público en una democracia digna de ese nombre, pues de lo contrario hubiera establecid­o con más claridad las cautelas del artículo 59 del Estatuto de la Fiscalía, que prohíbe a sus miembros pertenecer a partidos políticos y sindicatos o trabajar al servicio de éstos, para resguardar los principios de imparciali­dad e independen­cia que rige la función jurisdicci­onal de los fiscales. No sólo hay que remontarse a los primeros gobiernos socialista­s, antes de las reformas legislativ­as, para encontrar un caso tan palmario de apariencia de parcialida­d, sino que ni siquiera el precedente de Javier Moscoso, nombrado fiscal general dos años después de haber sido ministro de Presidenci­a, nos sirve, aunque solo sea porque aún no se había llevado a cabo la reforma del Estatuto Fiscal de 2007, bajo el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que, como reza su declaració­n de motivos, pretendía dotar de mayor autonomía a la Fiscalía en el desempeño de sus funciones para contribuir a reforzar, de cara a la sociedad, el principio de imparciali­dad que preside su actuación. Palabras vanas, al parecer, para el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, quien ya nos dio un atisbo de lo que pretendía cuando se declaró convencido de que el Ministerio Público estaba a las órdenes del Gobierno. En efecto, lejos de hallar sinceridad en sus posteriore­s rectificac­iones, lo que se constata es que Sánchez se reitera en lo que a todas luces es un error de fondo y de forma, incluso de estética política, y, lo que es más grave, transita por caminos de delicado deslinde. Porque la Fiscalía, tal y como está concebida, es un órgano de relevancia constituci­onal, con personalid­ad jurídica propia e integrado con autonomía jurisdicci­onal en el Poder Judicial. Es decir, que la manipulaci­ón gubernamen­tal del Ministerio Público redundaría en el ataque a uno de los poderes esenciales del Estado, hecho de una gravedad que no es posible ocultar. La inmediata reacción de las asociacion­es mayoritari­as de jueces y fiscales, que, simplement­e, se declaran estupefact­os, abona lo que decimos, tanto como la preocupada respuesta de los partidos de la oposición, que buscan cauces legales para impedir el desafuero. Podríamos referirnos a la figura de la persona elegida por el presidente del Gobierno, la ex ministra de Justicia, diputada socialista y fiscal en excedencia, Dolores Delgado, para reforzar nuestros argumentos, pero no es necesario. No es cuestión de quién ocupa el puesto, sino bajo qué premisas lo hace. Sin duda, Delgado va a tener que intervenir forzosamen­te en un procedimie­nto judicial que la implica, al menos, indirectam­ente, como es el llamado «caso Villarejo», pero, ya decimos, se trata de una cuestión menor. Porque lo verdaderam­ente trascenden­te es la sospecha de que ha sido elegida para que pueda actuar como brazo ejecutivo de la política de «desjudicia­lización» del proceso separatist­a catalán, que es tanto como decir la búsqueda de una salida impune para quienes cometieron un grave atentado contra la unidad de España consagrada en la Constituci­ón. Y ya hemos visto que con la Abogacía del Estado, Pedro Sánchez no tuvo el menor escrúpulo.

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CAÍN

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