La Razón (1ª Edición)

Dabiz Muñoz apoya el talento humano en Madrid Fusión

El chef de Diverxo desmonta el uso de la inteligenc­ia artificial.

- TATIANA FERRANDIS ‐

LaLa gastronomí­a mira al futuro. Eso es indudable. Y que el camino por recorrer es largo, también. Larga vida a la vanguardia. Ayer, una de las intervenci­ones más esperadas durante la primera jornada de Madrid Fusión se centró en cómo la inteligenc­ia artificial podría ayudar al trabajo de los cocineros. Sin embargo, la aplicación no les dejó con un buen sabor de boca. Les explico: Juan Carlos Martínez, director de I + DEA Siro Foods, y Carolina Martín, Market Intelligen­ce manager de la misma compañía, presentaro­n una herramient­a para conocer los gustos, tanto positivos como negativos, de los comensales de todos los continente­s gracias a la informació­n y opinión libre generada de forma espontánea obtenida ya sea a través de artículos, revistas o de las redes sociales: «Gracias a ella podemos saber, por ejemplo, que en Australia y en Nueva Zelanda entusiasma la cocina fusión y la salsa sriracha y que en Europa optamos por las materias primas sostenible­s, como el alga kombu y el cáñamo», apuntó Martín.

Cuestión de «cultura»

Una aplicación que Dabiz Muñoz desmontó, porque «me parece que está muy vinculada al gran consumo de masas industrial. Me interesarí­a más si estuviera enfocada a hacer éste más sostenible y sano. Es imposible que se pueda usar en la alta cocina, porque lo único que nos queda son restaurant­es con talento humano. Si la utilizáram­os, estaríamos deshumaniz­ando la parte más racial que debe tener la cocina», apunta el cocinero de Diverxo, quien señala sobre los alimentos que los clientes valoran de manera negativa «me siento en el deber de explicarle­s que es por una cuestión de perspectiv­a y de cultura». Y si de talento entre fogones se habla, ayer hubo chicha. Sobre todo, en la clase magistral sobre los pescados madurados, una de las claras tendencias de este 2020, impartida por Joshua Niland.

También por Dani García y su mano derecha, Jorge Martín, quien viajó a Australia para conocer el método del llamado «carnicero de pescados» y así aplicarlo en Lobito de Mar. Entonces, ¿la teoría de que los pescados, cuanto más frescos, mejor, está obsoleta? Ellos sustentan la suya: «Es otra categoría de sensacione­s, que otorga un pescado de sabor brutal», dice el marbellí. Las piezas, ya sean corvina, urta, lubina, pargo o mero, una vez salen del mar jamás deben tocar el agua. Ni siquiera el hielo. Esta es la clave. Por eso, se limpian con papel de cocina antes de colocarlos en una cámara a una temperatur­a de entre cero y menos dos grados sin ventilació­n.

En la disección, la piel es otro mundo: «Es necesario extraer la primera capa, porque detrás hay una segunda que tras la maduración al tocar la plancha se torna tan crujiente y fina como un barquillo», prosigue, mientras Jorge muestra un bogavante reposado durante siete días envasado al vacío con hojas de kombu: «A partir del tercero se nota una textura súper melosa. Añadimos pimienta, chile y cilantro en polvo y lo cortamos en tacos para saborear con soja y aceite de oliva».

Es el australian­o quien nos recuerda que el pescado es una de las proteínas más caras del mundo. Por eso, de ellos lo aprovecha todo: «Un 55% de cada pescado termina en la basura». Las escamas fritas las incluye en un postre; la cabeza partida en dos y a la plancha es una delicia, y en cuanto a los ojos, los tritura, hace un puré con harina de tapioca tras deshidrada­rlos y los fríe. ¿El resultado? Unos crackers. El hígado es semejante a uno de pato o de pollo y con él propone hacer paté. El corazón, al ser muy rico en sangre, lo corta fino y lo ofrece a la plancha, mientras que el bazo prefiere hacerlo a la plancha o guardarlo para secarlo y ahumarlo. La lengua, como las cocochas, o la fríe como un «snack». Por último, el estómago lo coloca en una marinada durante siete días y lo cuece al vapor a 85 grados durante 8 horas y el resultado es muy parecido a las manitas de cerdo. Por su parte, Joan Roca desmigó el menú «La tierra se agota», que transmite esos principios que todo cocinero debe tener en la encimera. Habla de sostenibil­idad, desperdici­o de comida, aprovecham­iento, residuos cero, empleo de métodos de conservaci­ón, comercio justo, consumo consciente. Como novedad, recordó en el plato «La gaia sangrante» que las frutas y los vegetales también pueden someterse a maduración. Asimismo, los gemelos Iván y Sergey Berezutsky, son los cocineros de Twins Garden, número

19 en «The World’s 50 Best Restaurant­s», y representa­n la nueva cocina rusa. Su aportación ha sido la de elaborar vinos creados a partir de vegetales. Entre ellos, el de tomate amarillo y de hongos. Sin embargo, lo que nos dejó sin pestañear fue un producto destinado a las personas alérgicas a mariscos y pescados: un calamar diseñado con una impresora 3D, con la que tiene su mismo sabor y textura, pero hecho de pasta de alubias, agua y verduras a la que se inyecta un hidrogel de algas, ajo y perejil. Pura vanguardia.

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GONZALO PÉREZ Dabiz Muñoz, ayer en Madrid Fusión

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