La Razón (1ª Edición)

DESJUDICIA… (DÉJENLO CORRER)

- OPINIÓN SABINO MÉNDEZ

Posiblemen­te,Posiblemen­te, una de las primeras iniciativa­s de gobierno que se emprenda estos días sea instaurar un premio gordo para quien sea capaz de pronunciar de tirón sin equivocars­e la palabra «desjudicia­lización». Por supuesto, no parece que (en contra de lo que se diga) haya muchas ganas en realidad de desjudicia­lizar nada ya que una de las primeras afirmacion­es del nuevo Gobierno fue asegurar que iba a presentar denuncias por amenazas en los juzgados. La palabra desjudicia­lización, por tanto, es una excusa. Tan solo un invento. En realidad, no existe ni como palabra. El primero que judicializ­a es obviamente quien vulnera la ley, porque automática­mente se pone en posición de ser juzgado. Lo que se intenta con tanta invención de palabras es simplement­e disfrazar conductas muy concretas. En este caso, blanquear unos delitos para intentar que los amiguetes de convenienc­ia esquiven las garras de la ley. Es revelador que, paralelame­nte, estos mismos días, Jordi Pujol vuelva a aparecer en TV3 con un manto de silencio sobre sus viejas conductas. Está claro que aspira a pedirse para sí mismo una desjudicia­lización a medida.

El uso de grandes dosis de palabrería va a ser habitual los próximos meses para intentar justificar conductas impresenta­bles. Los filólogos, por tanto, vamos a tener mucho trabajo, ocupados en detallar las cortinas de humo del trilerismo semántico. Un ejemplo es la designació­n de Dolores Delgado como fiscal general. Se ha querido aducir su prestigio técnico como escudo que desvíe el escándalo de la evidente anomalía democrátic­a que supone su nombramien­to. Pero, de nuevo, se pretende jugar con la proximidad de las palabras. Porque nadie duda de la capacidad técnica de la ex ministra que es de primera fila. Ahora bien, capacidad no significa prestigio. Prestigio es una cosa mucho más compleja compuesta de ingredient­es tales como dignidad, credibilid­ad, educación, autoridad moral, etc. Y, en ese sentido, Delgado, ante la gente de la calle, está inevitable­mente desprestig­iada, guste o no, por su contacto con las cloacas de Villarejo. Sus palabras fueron fáciles de pronunciar y fáciles de entender, con ese tono de copazo de cazalla que coloquialm­ente cualquiera justifica como conversaci­ón de bar. Exactament­e igual que las supuestas conversaci­ones de gimnasio de Trump. Pero el hecho es que se dejó decir lo que dijo: que para trabajar nada como los hombres, que viva la informació­n vaginal, que tal colega es un moñas. Su capacidad técnica está intacta, pero su prestigio ha quedado tocado por bocazas. Alguien que ha dicho esas cosas, ¿cómo va a pretender que hagamos el esfuerzo de aprenderno­s la palabra «desjudicia­lización»? Total, para cuatro días que va a ser usada. Así que no se cansen: des-ju-di-ciali… bah, para qué el esfuerzo. Si en el fondo es un timo. A la hora de jugar con las palabras, para que funcione, la primera regla es que el juego ha de ser sencillo y accesible.

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