SUSPENSO EN RELACIONES PÚBLICAS
En Enrique Setién Solar, santanderino ejerciente de chicarrón del Norte y con una legión de enemigos que él cultiva gracias a un carácter rijoso e intransigente, hasta sus más fieros detractores ven la virtud de la transparencia. Quique no engaña a nadie ni lo pretende, y esa frontalidad le granjea batallas por doquier, pequeñas pugnas en las que dispendia toneladas de una energía que, a lo peor, le habría hecho falta para construirse una carrera a la altura de sus capacidades. Porque el sucesor de Ernesto Valverde, sin duda, es un magnífico entrenador. Pero, más indudablemente todavía, unas pésimas relaciones públicas lo han lastrado en los dos decenios que lleva en los banquillos, donde alterna brillantes chispazos con cajas destempladas. El hipersensible entorno del Barcelona medirá su madurez. Esa asignatura la suspendió en el Betis, a ver si ahora la recupera.
Desde su llegada al Benito Villamarín, Quique Setién se cuidó mucho de dejar claro que su carácter septentrional no casaba con los excesos barrocos de Sevilla, una ciudad con la que hay que relacionarse desde la desmesura. Para empezar, su menosprecio del resultado («aquí la gente quiere ganar siempre», se quejó tras el primer revés) era un insulto al bético, deseoso de acercarse a los logros de un eterno rival que se ha convertido en la antonomasia del resultadismo. Ganara o perdiera, ahí estaba siempre el técnico perorando sobre «una idea», como el misionero del FÚTBOL con mayúsculas que intenta alfabetizar a una jarca de bárbaros. No entendió nunca la fiel infantería verdiblanca por qué su entrenador anhelaba en cada conferencia de Prensa los tiempos felices de Lugo en contraposición a la presión que sentía en Primera o en Europa y alucinó cuando equiparó, en términos de ilusión, la ocasión de una semifinal de Copa con la promoción a Segunda del conjunto gallego.
La grada del Villamarín, famosa por el aliento indesmayable a los suyos en toda circunstancia (el «manquepierda» es el lema del Betis), comenzó la temporada pasada a acusar los malos resultados que cosechaba como local un equipo al que los rivales habían pillado el truco. Le permitían sobar la pelota hasta el hartazgo, con larguísimas fases de posesión inocua, y le asestaban el zarpazo letal en cualquier despiste. En una de esas tardes de frustración, la afición cantaba «Quique-veteya» y el entrenador se revolvió: «Pero, ¿qué queréis? Idos a tomar por culo». Y su feble disculpa vía redes sociales, obligado por el departamento de comunicación del club, tuvo su corolario unas semanas después, tras perder en Huesca: «Es increíble cómo empujan sus seguidores. Es la prueba de lo que se consigue cuando todos reman en la misma dirección», declaró a modo de nada velado reproche a los más de 40.000 béticos que acudían como promedio al estadio, a los que se ponía como ejemplo el ánimo de poco más de 5.000 oscenses.