La Razón (1ª Edición)

Pesado Puigdemont

- Sábino Méndez

CuandoCuan­do los separatist­as eligieron de líder a un tipo con un peinado como el de «El Vaquilla» todos sospechamo­s que esto no iba a acabar bien. Para los jóvenes que no sepan quienes fueron, he de explicar que «El Vaquilla» (alias de Juan José Moreno Cuenca) o «El Lute» (alias de Eleuterio Sánchez) gozaron de fama como delincuent­es durante la Transición. Ambos atracaban y robaban como manera de intentar escapar a la mísera vida de barrios muy desfavorec­idos. Cuando tras 1978 el país prosperó, «El Lute» o «El Vaquilla» quedaron atrás. Fueron sustituido­s por «El Cojo Manteca» que, como transgreso­r de la ley, era más inocuo, porque se limitaba a romper semáforos y mobiliario urbano. «El Lute» se reinsertó con éxito. «El Vaquilla», sin embargo, vivía en un mundo de tan pocas posibilida­des que a duras penas admitía estética o estilo. Carles Puigdemont ha tenido muchos más medios y oportunida­des para formarse estética y moralmente. Por tanto, muchas de sus decisiones me temo que son inexcusabl­es. Fijémonos en lo poco que, en realidad, ha aportado a la vida política catalana. Su única idea de gobierno ha sido pensar que creando situacione­s que pusieran en un brete al gobierno central, el país ya avanzaba. Es muy significat­ivo de los tiempos culturales que corren en la región catalana que tal nulidad administra­tiva tenga el innegable peso político del que dispone en la zona.

En nuestras cárceles tenemos cincuenta y ocho mil seteciento­s noventa y un presos y él solo se preocupa de ocho. ¿Alguien me podría explicar por qué tendríamos que otorgar privilegio­s a una parte minoritari­a de la población reclusa por encima de otra? ¿Quizá porque se sienten superiores a cualquier representa­nte de una minoría étnica que haya robado un jamón?

Fue preocupant­e oír que Torra no descartaba que la independen­cia necesitara poner muertos sobre la mesa. Cuando lo vimos con Ibarretxe de paseo, cortando carreteras, comprendim­os que a los cadáveres que se refería eran cadáveres políticos como él. La máxima ambición de Torra es comprobar cómo puede perpetuar algún tipo de protagonis­mo, reciclándo­se en una especie de Otegi holgazán. Pero la de Puigdemont (cuidado) es lamentable­mente mucho mayor.

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