ANTE LA MUERTE DEL PADRE
EnEn los últimos años se ha impuesto la novela de no ficción, una narrativa de marcado carácter autorreferencial, incisiva introspección y acusada deriva ética. Luis Landero, Fernando Aramburu, Miguel Ángel Hernández o Manuel Vilas, entre otros, han incidido en esta modalidad expresiva, donde la vida autorial protagoniza una fabulación de amplias posibilidades literarias. En la oscilante frontera entre realidad e invención se desarrollan tramas de conflictiva vinculación familiar, lacerante revisión del pasado y convulsa imagen de la propia identidad.
En esta línea, frecuentada en anteriores novelas, Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) publica ahora «No entres dócilmente en esa noche quieta», una tensa historia protagonizada por su padre, fallecido en 2015. Había estado enfermo la mitad de su vida y, diagnosticado en la infancia del novelista, su patología marcaría la cotidianidad familiar. Nos adentramos en una parafernalia de pruebas clínicas, operaciones quirúrgicas y estancias hospitalarias, al tiempo que se ahonda en las problemáticas reconciliaciones en la hora de la muerte, las «culpabilidades» que genera la enfermedad y el desconocimiento de los seres queridos. Destaca así el magistral retrato moral del padre, con su fracasada vocación de actor, el obsesivo coleccionismo, su condición de atractivo fabulador y la dura presencia del alcohol en su vida.
El título del libro, un verso de Dylan Thomas, remite a la rebeldía ante la muerte, en desatada rabia por irrecuperables oportunidades perdidas. En una elaborada prosa, que roza por momentos la hipotaxis, se disecciona el agónico universo de miserias y bondades vinculadas a una emotiva tempestad paternofilial. Múltiples referencias literarias, musicales o cinematográficas sustentan la teorización de los sentimientos, el costumbrismo de la cotidianidad y la gestión de los afectos; todo ello confirmando uno de los mejores asertos de la novela: «La lucidez es una categoría del espanto».
Ilusiones desaparecidas
La visceralidad de la existencia, con su estela de órganos y entrañas, protagoniza un relato donde la enfermedad es comparada a un interestelar agujero negro en el que desaparecen las expectantes ilusiones. La figura de la madre y esposa se desdibuja lógicamente, inmersa en su papel de sobrevenida enfermera y vigilante encargada del hogar, y el carácter del autor aparece condicionado por una insistente hipocondría. Estamos ante la ficción real de una experiencia propia, ante una vivencia dura, desinhibida y valiente, que no esconde una esperanzada mirada, incluyéndose genialmente en lo que aquí se postula como «el espléndido impudor de la literatura».