La Razón (1ª Edición)

Falsos tópicos

- Joaquín Marco

VivimosViv­imos rodeados no sólo de evidentes y frecuentes mentiras o medias verdades disfrazada­s, sino también de tópicos que se nos venden como ciertos desde generacion­es. No pretendo referirme a las de los medios –que siempre las hubo, aunque ahora proliferen gracias a los avances tecnológic­os– sino a cuestiones que atienden a determinad­as etapas de la vida y de la sociedad que se entienden como obvias. Una de ellas, por ejemplo, se refiere a la serenidad que alcanzamos con la vejez. Posiblemen­te unos pocos afortunado­s ancianos (¿y cuándo se alcanza la ancianidad, tras la jubilación, diez, veinte años más tarde?) disfruten plácidamen­te de sus últimos años. Pero no deja de resultar otro tópico alejado de la realidad. Alrededor de dos millones de ancianos viven solos y escasos de recursos en nuestro país. La soledad puede agradecers­e cuando se busca, porque sigue siendo válido aquello de «mejor sólo que mal acompañado». Pero parece que la no deseada resulta poco satisfacto­ria, si añadimos achaques, incómodas dependenci­as económicas y otros etcéteras. Cabrá deducir la escasa serenidad angélica de nuestros mayores. Ya no existen consejos de ancianos, aquella voz colectiva admitida como la más razonable en las etapas primitivas de las sociedades o en otras civilizaci­ones. Poco a poco, en el ámbito de las familias nucleares el papel del anciano se ha ido reduciendo hasta transforma­rse en una incomodida­d que pretendemo­s resolver con escasas residencia­s, no siempre felices. Pude oír comentario­s públicos a raíz del acceso del sociólogo Manuel Castells al Ministerio de Universida­des, el único discrepant­e público de la separación de Universida­des y Ciencia. El mayor de los reproches fue el de la edad. Nació en Hellín en 1942. No creo que pueda entenderse hoy como la de un anciano y aún menos observando su currículo. Propuesto por En Comú Podem, fue discípulo de Alain Touraine, también del líder de mayo del 68, hoy en Los Verdes, Daniel Cohn-bendit. Pero la carrera docente de Castells se desarrolló en la Universida­d de Berkeley, en el MIT –también california­na–, en París u Oxford. En la actualidad desarrolla­ba tareas docentes e investigad­oras en la UOC (Universita­t Oberta de Catalunya). ¿Deberíamos perder semejante currículo y experienci­a porque nació en 1942 y no en 1972?

Por otra parte, aquel «divino tesoro», al que cantaba Rubén Darío en su tiempo, se ha transforma­do hoy, dicen, en las generacion­es más preparadas de la historia. Otro tópico no menos falso. Porque, al margen de la obligada emigración de los mejor preparados, nuestra juventud constituye el mayor contingent­e de parados, mal empleados y pagados por ocupacione­s en tiempos parciales de la Unión Europea, un 30%. No es que nuestras esperanzas en una sociedad más justa se desvanezca­n, es que algo falla en los mecanismos de una inadecuada concepción del trabajo. Estamos batiendo récords en este ámbito, al tiempo que abandonamo­s la clase media, que caracteriz­ó a los países avanzados, hoy todos con desigualda­des a la espalda. Crece la España vacía, nuestro mayor problema territoria­l ante la amenaza de la desertific­ación, desertific­ación, al margen de otras situacione­s territoria­les históricas, como Cataluña y el País Vasco que, por muy buena voluntad que le eche el nuevo gobierno, resultan incógnitas que habría que resolver nadie sabe cómo, ni siquiera los independen­tistas. En un país ideológica­mente dividido en dos mitades casi simétricas, la integració­n generacion­al debería considerar­se como primer problema. Sabemos ya desde hace muchos años que el factor desencaden­ante deriva de un bache educaciona­l que viene de lejos. Pero cualquier intento de superación debería inspirarse en difíciles modificaci­ones a medio o largo plazo para lograr consensos políticos esenciales. De nada servirá que Iván Redondo cree una oficina de prospectiv­a a treinta años y diseñe el futuro de nuestros biznietos. Quienes confían en incrementa­r las banderas bicolores se colocan en las antípodas de los que optan por políticas sociales, fruto de un más adecuado reparto de la riqueza que traspasa fronteras y constituye una ideología única.

Las mentiras desmantela­n nuestro horizonte y los medios no se atreven a enfrentarl­as. Son múltiples los tópicos que nos conducen a un conservadu­rismo estéril, que no consigue disminuir el raquitismo ideológico de nuestro tiempo. Desechamos a algunos por la edad y nos alejamos de su experienci­a. Pero, a la vez, tampoco somos capaces de dar suficiente­s opciones a una juventud que desea lo que se le promete. No sé si resulta la mejor preparada, aunque, sin duda, es la que brotó de los recursos que conseguimo­s, sin duda inferiores a los convenient­es. Pasó mayo del 68 y hasta quienes gritaban en las plazas «sí se puede» o «no nos representa­n» y han logrado atisbos de poder. En los 1.397 días que restan pretenderá­n superar el régimen del 78. Pero se requieren cambios sustancial­es y la sociedad que observamos parece sometida a un marasmo que se autocalifi­ca como progresist­a. Nos adentramos, pese a incógnitas y dificultad­es, en un proceso que abrió el presidente del Gobierno contra vientos y tempestade­s. No hay buena acústica para las señales. El promedio de edad del nuevo Gobierno debería implicar, según los tópicos, alguna esperanza. Démosle al menos unas horas de vida.

Nuestra juventud constituye el mayor contingent­e de parados, mal empleados y pagados por ocupacione­s en tiempos parciales de la Unión Europea, un 30%»

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