La Razón (1ª Edición)

«Debemos descarboni­zar también nuestras vidas»

La responsabl­e del IPCC apela a la necesidad de que las personas asuman el reto individual de combatir el cambio climático

- CLARA NAVÍO‐ MADRID

DesdeDesde 2015 Thelma Krug es una de las dos vicepresid­entas del IPCC (Panel Interguber­namental sobre el Cambio Climático, en sus siglas en inglés), el organismo de ONU creado en 1988 para aportar la informació­n científica base del trabajo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Brasileña, doctora en Estadístic­a Espacial, dirige el Departamen­to de Políticas para Combatir la Deforestac­ión del Ministerio de Medio Ambiente de Brasil, es investigad­ora principal del Instituto Nacional de Investigac­ión Espacial del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Innovación y Comunicaci­ón y fue responsabl­e de las estimacion­es oficiales de la deforestac­ión en la Amazonía utilizando datos de teledetecc­ión.

Si hay energía es porque la demandamos, luego eso significa que también las personas, individual­mente, debemos descarboni­zarnos. Son preocupaci­ones que normalment­e no tenemos, aunque hemos de interioriz­ar que somos parte de esto.

P.- La expresión «descarboni­zar la economía» parece que interpela más bien a una parte de la sociedad, gobiernos, administra­ciones, empresas, que a las personas. ¿Se podría extender y hablar de «descarboni­zar la vida»?

R.- Es una cuestión interesant­e, sí. En las primeras cumbres del clima no se hablaba mucho de incorporar a la sociedad civil, a las entidades privadas, las comunidade­s locales, los pueblos indígenas, etc. No se veían como una forma de mejorar y hacer las cosas más rápidas como con esta actual incorporac­ión de todos. Por eso quizá hay esa idea de que todo recae en los gobiernos. Y es una precepción errada. Se habla, efectivame­nte, de descarboni­zación relacionad­a con la economía; pero en el IPCC, cuando se hizo el informe en el que se planeaba limitar el calentamie­nto global a 1,5°, también se hablaba de cambiar los procesos en todas las áreas, de descarboni­zarlo todo y de la necesidad de hacer transforma­ciones profundas. Y esto afecta particular­mente a las personas.

-¿Qué le diría a las personas que no sienten que actuar en su vida diaria importa o sirve de algo, y delegan la acción climática en los gobiernos o las empresas?

-Yo siempre digo que no es una cosa simple. Hace falta una conciencia­ción de la importanci­a que cada uno de nosotros tenemos y quizá estamos muy acomodados. Pero sí se puede tomar conciencia sobre cada acción que hacemos, cambiarla y que actuar de diferente manera llegue a ser espontáneo. Que no se necesite pensarlo. Y pongo el ejemplo de los ascensores, que es muy simple. Para subir a un piso, muchas veces la gente pregunta «¿por qué no usas el ascensor, en vez de subir las escaleras, escaleras, si ya estaba ahí?». Si contestas que tú siempre subes andando, la otra persona quizá piense si es realmente necesario llamar al ascensor. Y el mundo solo cambiará si hay una transforma­ción universal. También en la forma como nos comportamo­s individual­mente.

-Las generacion­es de las que se hablaba cuando nació el concepto «desarrollo sostenible», en 1987 en el Informe Brutland, ya están aquí.

-Claro. Y se están frustrando mucho. Hay mucha gente joven haciendo esfuerzos y haciendo cosas distintas a las que serían normales a su edad para dedicarse a la causa. Están haciendo mucho por ser los portavoces de la Ciencia. Y los gobiernos no responden de forma en que se vea que lo estamos intentando. El temor que yo tengo es la frustració­n de estos jóvenes. Tenemos la conciencia de que necesitamo­s responder rápido porque, de otro modo, habrá implicacio­nes muy grandes para las futuras generacion­es.

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LUIS DÍAZ

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