No hay quien pueda con los chicos malos
Dirección: Bilall Fallah y Adil El Arbi. Guión: Joe Carnahan, George Gallo, David Guggenheim. Intérpretes: Will Smith, Martin Lawrence. EE.UU, 2020. Duración: 123 minutos. Acción.
Enigmas del cine: por qué Michael Bay, un director de esos aparatosos con el eterno tachán tachán siempre encima y solo apañado (aunque a veces ni eso...), posee, sin embargo, tan buen ojo para elegir películas que luego se convierten en taquillerísimas. O quizá sea el timo de los productores para elegirlo a él. «La roca», «Pearl Harbor», «Armageddon», «Transformers»... y las dos primeras entregas, en 1995 y 2003, respectivamente, de «Dos policías rebeldes», le pertenecen. Y volvió a suceder lo mismo: aunque graciosas, el par de cintas protagonizadas por los estrafalarios y poco ortodoxos detectives Mike Lowrey (Will Smith) y Marcus Burnett (Martin Lawrence), tampoco eran para provocar un escalofrío aunque reportaron sus buenos millones de dólares. Pues aquí están danzando de nuevo, esta vez bajo las órdenes, aunque pocas le habrán dado al todopoderoso Smith, de Adil El Arbi y Bilall Fallah. Y el cambio, lo decimos desde ya, ha sido para bien. Tras un sangriento y excelente preludio nos topamos con un Burnett recién estrenado como abuelo y con la crisis de la mediana edad encima; incluso piensa en retirarse, mientras que Lowrey, eterno adolescente vestido como un hortera narcotraficante (y sabrán las razones de ello si ven la película) no quiere ni oír hablar de la historia. Sin embargo, tras atentar contra la vida de éste, ambos deciden aceptar un nuevo caso para el que trabajarán con una
moderna unidad de la policía. La vuelta de esta extraña pareja resulta muy divertida («esto es como el sótano de un blanco cabreado», exclama Burnett al descubrir el sidecar de una motocicleta con numerosas armas dentro), un buen filme de acción que, de nuevo sale muy bien parado gracias asimismo al carisma y la química que existe entre Smith y Lawrence. Para colmo, la media hora final resulta una violenta hermosura de tiros, muertos, cristales rotos... y nos advierte de que hay «Bads boys» para rato. Hasta la familia malota crece, lo les digo más.