¿Qué pasó en Malasaña 32?
Albert Pintó apuesta por el género clásico de terror y apariciones, y estrena una cinta donde rescata el esoterismo de los edificios del Madrid más castizo
AmediadosdelossetentalosAmediadosdelossetentalos estertores de la dictadura franquista boqueaban carentes de fuerza efectiva en las casas y las plazas de los pueblos mientras las grandes ciudades empezaban paulativamente a constituirse como la panacea tardía de la libertad y el desarrollo. En mitad de un contexto histórico en el que una mitad de España andaba aturdida con la muerte de Franco y la otra mitad consecuentemente esperanzada, la familia Olmedo llega a ese Madrid donde el fugitivo siempre regresa y «el sol es una estufa de butano» para empezar una vida nueva. Concretamente en las inmediaciones del número 32 de la castiza y actualmente gentrificada calle de Malasaña, en el interior de un piso que se manifiesta de todo menos acogedor y que encierra un terrible «background» que parece haberse quedado atrapado en los huecos de las paredes.
Terror femenino
Albert Pintó utiliza los recursos históricos y sociales del tardofranquismo y la veracidad extra que otorga el clásico rótulo de «basado en hechos reales» para ambientar una historia paranormal sobre apariciones fantasmagóricas, familias desestructuradas y crujidos impertinentes de suelo en donde el cabeza de familia interpretado por Iván Marcos («45 revoluciones» y «Dhogs») deberá ceder todo el peso del liderazgo a las mujeres de la casa. Basada en un compendio de testimonios reales de vecinos de la zona y en entrevistas realizadas a gente que aseguraba haber vivido episodios inexplicables en portales colindantes, «Malasaña 32» aglutina el halo esotérico de algunos de los edificios de la capital y el juego de leyendas y asesinatos al más puro estilo «El caso» para contar una historia plagada de sustos y apariciones. «Es importante dotar a las películas que tienen elementos de ciencia ficción y de terror –algo que por lo general el espectador suele percibir como ajeno–, de elementos naturalistas, reales. Queríamos hacer algo que oliese a verdad, a ese Madrid de los setenta, a esa cotidianidad de los problemas familiares», señala Pintó. Acercándose con timidez a la «Verónica» de Paco Plaza e incluso a la efectiva apuesta que Peter Medak hacía en los 80 con «Al final de la escalera» y alejándose conscientemente de la pátina intimista y lírica propia de toda esa cantera de directores catalanes que en el último tiempo vienen construyendo un lenguaje propio «made in» la ESCAC (escuela donde también estudió el director) o la Pompeu Fabra, Pintó convierte a la joven Amparo, la mayor de los tres hermanos, en el elemento vertebrador indiscutible de la trama.
No es baladí destacar este aspecto ya que el papel silenciado de la mujer y el cuestionamiento social permanente hacia su autonomía ejerce de conductor de los comportamientos más significativos de la trama: «Es curioso observar cómo a pesar de que han pasado 50 años, las cosas parecen haber cambiado tan poco. Esta es una película muy femenina. Ya no solo por el tratamiento de la cuestión sobre el género, sino por la relevancia que adquiere Amparo. Es una niña de pueblo que termina convirtiéndose en una mujer. Su progresión es brutal en todos los sentidos y para mí era esencial potenciar ese retrato de la mujer sometida y del cambio que terminará experimentando». Terror y compromiso. Una arriesgada y explosiva mezcla.