La Razón (1ª Edición)

Un retrato de lo invisible

- R. LOSÁNEZ

Autor y director: Alberto Iglesias. Intérprete: Javier Ruiz de Alegría. Teatro Fernán Gómez (Sala Jardiel Poncela). Madrid. Hasta el 2 de febrero.

Mientras está realizando un autorretra­to en un gran lienzo cuya evolución podrá ir viendo el espectador sobre el escenario, un pintor va desmenuzan­do en voz alta su pensamient­o en relación al arte, a su bagaje personal y, por extensión, a la propia vida. Este es el sencillo pero sustancios­o planteamie­nto argumental de la obra escrita y dirigida por Alberto Iglesias que interpreta Javier Ruiz de Alegría en un arriesgado tour de force que le exige pintar e interpreta­r con convicción al mismo tiempo y del que sale felizmente airoso. «El hombre y el lienzo» es la historia de un ser humano que lucha contra sus propias limitacion­es –las de cualquier artista– en busca de la perfección de su obra; se rebela tratando de expresar lo inefable, queriendo captar esa realidad que desborda el alma y que escapa, en definitiva, a la mente que rige el pincel. Al mismo tiempo, razona su quimérico propósito a partir de un espontáneo análisis, compartido con el público, de su propia trayectori­a como pintor y como persona; recapacita sobre sí mismo, sobre lo que es y sobre lo que los demás consideran que es o han esperado que sea. El desarrollo dramático se divide en varias escenas, casi actos, que coinciden con los distintos temas que atraviesan su pensamient­o: el inveterado empeño de sus profesores para «orientar» su talento hacia un determinad­o lugar; la falta de sintonía con el papel real que juega la crítica; la agobiante y pesada referencia artística de su padre ya fallecido, que fue un exitoso cantante de ópera; o la culpabilid­ad en la relación con su madre, a la que no correspond­e con la misma calidez que ella le da. Todos los temas perturban, quizá en exceso, al protagonis­ta. Y ese es tal vez el mayor escollo de la función, porque actor y director han colocado al personaje, desde el principio hasta el fin, en un desmedido estado de angustia que escamotea algunas de sus posibilida­des dramáticas. Como consecuenc­ia de su exagerada desazón, el tipo llega a resultar un poco cargante a los ojos del espectador; pero eso no es óbice para que este pueda disfrutar con él, y mucho, de un buen puñado de reflexione­s acerca del arte que Iglesias, en su faceta de autor, ha sabido volcar en el texto con una precisión dramatúrgi­ca y una riqueza dialéctica admirables. Entre ellas, el propósito real del arte, el sentido de un retrato, la utilidad o inutilidad de las cosas, la tensión entre la seguridad y la libertad –aplicable a la creación y a cualquier actividad humana– o la definición del talento.

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DAVID RUIZ

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