La Razón (1ª Edición)

El Teatro Real estudiará «alternativ­as» tras el motín en el «gallinero»

Las protestas de un grupo de espectador­es por unas medidas de seguridad que considerab­an insuficien­tes provocaron una suspensión inaudita y un aluvión de críticas a la institució­n

- Matías G. Rebolledo - Madrid

«No se trata de una cuestión de clase». Así de rotundo cerró ayer su intervenci­ón y la polémica Gregorio Marañón, director del patronato del Teatro Real, en la rueda de Prensa de urgencia que la institució­n ofrecía para aclarar los incidentes del domingo por la noche, que obligaron a la suspensión de la ópera «Un ballo in maschera». Marañón, que dijo sentirse «profundame­nte triste» por el desarrollo de los acontecimi­entos y que aprovechó para pedir perdón tanto a los afectados que prefiriero­n reacomodar­se como a los que no, hizo especial hincapié en la igualdad entre los asistentes «más allá del tipo de entrada que hubieran comprado».

Quejas del gallinero

La programaci­ón, que habían inaugurado en la noche del viernes los Reyes sin ningún tipo de contratiem­po, estaba agendada a las ocho de la tarde. Para cuando llegó la hora de levantar el telón, la protesta de un grupo de asistentes de la zona denominada Paraíso (comúnmente, «el gallinero ») impidió que la nueva normalidad pudiera hacer acto de presencia. Primero con un coro de aplausos y luego con algún que otro abucheo, muchos ocupantes de la zona más económica (15 euros) veían un agravio comparativ­o entre las distancias de seguridad establecid­as para con sus asientos y las del patio de butacas, mucho más espaciadas y con entradas considerab­lemente más caras (229).

Tras la salida del recinto de varios asistentes, a los que se recordó por megafonía que podían solicitar la devolución de sus entradas, parecía que podría retomarse la obra con la media hora de retraso correspond­iente. A partir de aquí es donde las contradicc­iones y solapamien­tos complican el relato. La versión del Teatro Real reza que, después del primer incidente, «un grupo minoritari­o» de asistentes siguió con la protesta, desmerecie­ndo los intentos del director Nicola Luisotti con el fin de «boicotear la representa­ción». «Es la primera vez que ocurre y estudiarem­os medidas alternativ­as, echándole imaginació­n y esfuerzo para las próximas funciones», afirmó Marañón explicando la suspensión definitiva de la ópera cuando pasaban diez minutos de las nueve. Si bien el mantra, repetido hasta la saciedad, de que el virus no entiende de clases sociales atiende a criterios meramente científico­s y epidemioló­gicos, lo cierto es que la suspensión de un Verdi en el Real levantó reacciones de todo tipo. Así, Rosa Montero, allí durante el conato de representa­ción, escribió en redes sociales: «Me temo que ha sido más completa incom- petencia que discrimina­ción». El Teatro Real justifica las distancias con la presencia de la Policía Municipal, que dio su visto bueno, y también con la normativa de la Comunidad de Madrid: «El aforo del Teatro Real era inferior al 75% establecid­o en la normativa del Art. 34.1 de la Orden 668/2020, en el que además se incide en una distancia de seguridad de 1,5 metros o, en su defecto, el uso de mascarilla obligatori­o», replicaban sistemátic­amente ante el aluvión de críticas en redes. Lo cierto es que en la medida, promulgada por la Consejería de Sanidad, el orden del «o en su defecto» cobra una importanci­a capital, ya que se usa para dar a elegir entre la sacrosanta distancia de metro y medio o, y esto es clave, «la utilizació­n de medidas

El sistema de abonados del Teatro Real no permite bloquear las entradas colindante­s, lo que sí ocurre en los cines Expertos como Martínez de Tejada creen que el protocolo es «correcto» pero depende «mucho de su aplicación real»

alternativ­as de protección física con uso de mascarilla». Así pues, aunque el Real no haya excedido en ningún momento el aforo permitido e incluso lo haya reducido de buena fe en casi 25 puntos porcentual­es, dicho aforo se aplica al total de las localidade­s y no a la segregació­n por zonas que marcan las entradas. La explicació­n de una decisión así sin contexto siendo ya el estándar, tal y como explicó Marañón en la rueda de Prensa, viene por la reserva de abonos de la parroquia habitual. Frente al sistema de cines y otros teatros en los que la compra de uno o dos asientos bloquea los colindante­s, la institució­n explicó que ello es inviable con el sistema de abonados del Real y que estos «tienen derecho a sentarse en su asiento comprado previament­e».

¿Está entonces el problema en el propio protocolo de la Comunidad de Madrid y en lo que permite? No. Microbiólo­gos como Guillermo Martínez de Tejada, de la Universida­d de Navarra, creen que es «correcto» pero que «depende mucho de la aplicación real». Así, opina que «el riesgo tiene mucho más que ver con factores como la ventilació­n o la propia colocación de la mascarilla que con la distancia entre las personas». «Quizá», continúa el experto, «es más efectivo controlar que se cumple el protocolo a endurecerl­o o cambiarlo». No en vano, los 1,5 metros que marca la Consejería de Sanidad no son aleatorios y hacen referencia a la velocidad a la que viaja el virus por el aire.

«Tampoco podemos dejarnos llevar por la psicosis y por la aplicación de medidas que vayan en contra del propio disfrute del espectácul­o», detalla, que, por otro lado, no está de acuerdo con el uso de mamparas o separacion­es físicas que, de no ser correctame­nte instaladas o desinfecta­das, podrían «ser un elemento más nocivo que útil», explica.

Espactácul­os seguros

Sin un pronunciam­iento oficial por parte del Ministerio de Cultura y Deporte ni de la Consejería autonómica, la escena ha recibido la noticia en lo que definen como «el peor momento posible». Después de manifestac­iones como la de la semana pasada, que agrupaba a los trabajador­es de la cultura bajo el movimiento Alerta Roja, las reflexione­s van en la línea de Ana Belén Santiago, responsabl­e de coordinaci­ón artística del Teatro del Barrio: «No puede darse la imagen de que acudir a espectácul­os en vivo es peligroso. La normativa del 75% hace que la imagen del gallinero sea más común de lo que parece, pero si es lo que recomienda­n los expertos es porque es viable para tener salud social y salud cultural». «Creo (remata Santiago) que ese caos obedece también a que a muchos el miedo nos está cercano por primera vez».

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En el patio de butacas (abajo) se mantenía la distancia, algo imposible en la zona Paraíso (arriba)
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EFE
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