La Razón (1ª Edición)

La segunda oleada deja ya un trágico balance de 2.395 muertes

Benjamin Moser firma en Anagrama la obra más completa, con sus luces y sus sombras, de la gran intelectua­l

- BENJAMIN MOSER Escritor, editor y traductor Víctor Fernández -

Todo el mundo habla estos días de «Sontag. Vida y obra», el libro con el que Benjamin Moser se alzó con el último Premio Pulitzer de Biografías. Su aproximaci­ón a la autora ha sido acogida con aplausos y críticas de voces como la de Janet Malcolm.

–¿Qué vínculo tenía con Susan Sontag antes de escribir esta obra?

–Me fascinan las mujeres intelectua­les. Sentí, como cuando escribí la biografía de Clarice Lispector, que había mucho que no se decía pese a tratarse de figuras mayúsculas. Cuando su hijo me preguntó si quería hacer la biografía de Sontag, me entusiasmé porque es la gran estatua de la libertad. Hay otras, pero no son tan grandiosas como ella. Mi relación era la de un lector casual. Mi gran descubrimi­ento escribiend­o este libro es que nadie la ha leído. Cuando lo hice con más profundida­d me di cuenta de la majestuosi­dad de esa señora.

–En la obra reproduce unas palabras de Salman Rusdhie que habla de las dos caras de Sontag, la buena y la mala, la divertida y la que podía ser «un monsruo impecable». ¿Investigó ambas?

–Y más. Me gustan las divas, las personas extremas, algo que me apasiona como escritor. Porque aquí no se trata de una señora que está en su jardín mirando las flores, sino de alguien que es muy extremo. Ella estaba fuera de lo normal. Nosotros, para salir a la calle, nos ponemos zapatos, respetamos las normas de circulació­n. Pero siempre hay quien se salta todo eso y es aplaudido. Eso es lo que me gusta de ella, porque a Susan Sontag no se le podían poner normas. Ella era todo y más. Le fascinaban los mitos como los de Medea, Lady Hamilton o Maria Callas. A ella le fascinaban esas mujeres tan extremas.

–Para escribir el libro accedió a los archivos personales de Sontag después de que se lo permitiera su hijo David Rieff. ¿Eso hace de su trabajo una biografía autorizada?

–No, para nada, y me gusta esa

«Temía que se supiese cuál era su sexualidad. No es que le faltara coraje, pero habría sido más feliz no viviendo así ese tema»

pregunta porque es un malentendi­do de mucha gente. El libro no fue aprobado por nadie porque yo nunca hubiera aceptado que pasara por la censura. Lo que obtuve fue una autorizaci­ón personal que me creó un problema muy gordo. Existía un divorcio enorme entre David y Annie Leibovitz, la última pareja de Susan. Todavía se odian y es una historia compleja. Annie pensaba que yo era el soldadito de David y que haría un volumen contra ella. Así que no me habló durante cinco años. Finalmente, a través de una amiga en común, le hice saber lo que él decía sobre ella por si quería contestar. Me convocó de forma imperial. Me encontraba en París cuando recibí una llamada de una de sus asistentes que me dijo: «Ella quiere verte». No se presentó, pero sabía de quién se trataba. Así que al día siguiente me fui a Nueva York para pasar 24 horas con Annie contando su versión de todo. Le aseguré que no estaba contra nadie, solo contando la historia. Eso le dio una mayor profundida­d al libro.

–¿No hubo más encuentros?

–Físicament­e no la he vuelto a ver.

–¿Sabe si ha leído el libro?

–No me ha contestado a eso. Se lo envié, pero es que ella no lee mucho porque es una persona completame­nte visual. Por ejemplo, casi no ha ha leído los libros de Susan. Conozco a gente que es así, y músicos que no leen. Supongo que lo ha hecho, aunque no me ha llegado nada.

–Susan Sontag fue muy cerrada sobre su sexualidad. ¿Por qué nunca dio un paso adelante?

–Usted no es gay y se nota, porque eso que me pregunta es algo que me cuesta explicar a los heterosexu­ales. Lo digo honestamen­te, porque nosotros, los homosexual­es, sentimos en las entrañas las razones, el odio y la discrimina­ción. Sé que hay mucha gente gay que pasa por cosas horribles, así que sufren un trauma. Para ella fue así. Cuando estalla el sida, se había vuelto un poco vieja y no habría aceptado el desarrollo ni del pensamient­o feminista ni del gay.

–Sontag no compartía, por ejemplo, el punto de vista de Judith Butler.

–Exacto. Butler era una lesbiana mucho más joven. Estoy pensando en incluir una ficha para que, cuando hagan las críticas del libro, saber si quien la escribe es o no homosexual.

–Janet Malcolm ha comentado que tras leer su libro, Susan Sontag causa más pena que admiración.

–Es que Janet Malcolm tiene un punto de vista altamente homofóbico. Pero volviendo a esa parte de la obra, la relacionad­a con los años del sida, creo que es una parte que los gays la van a entender muy bien. La homosexual­idad es una herida y un drama para muchos. Yo no tengo una historia de lucha. No soy un San Juan de la Cruz que ha pasado una «noche oscura». Pero el 80 por ciento de los homosexual­es sí lo han padecido. Ella sentía miedo de que se pudiera saber cuál era su sexualidad. No es que le faltara coraje, pero habría sido más feliz no viviendo como vivió ese tema.

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DOMINIQUE NABOKOV Una imagen de Susan Sontag. Abajo, su biógrafo, Benjamin Moser
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