La Razón (1ª Edición)

Indultar al separatism­o para derrotarlo

- Josep Ramon Bosch

Jordi Pujol estableció una hoja de ruta clara para inocular el sentimient­o nacionalis­ta y lograr la independen­cia de Catalunya en un plazo de 30 años. Pujol trazó una exitosa hoja de ruta para conseguir introducir el nacionalis­mo en todos los ámbitos, el llamado «Programa 2000», un complejo compendio de estrategia­s, el «nation building»oreprogram­aciónnacio­nalista, del que ahora sufrimos letales consecuenc­ias.

El objetivo era ganar la independen­cia, a través de un férreo control en todos los ámbitos de la llamada sociedad civil, invirtiend­o recursos en la creación mitológica de una nación inventada, eliminando de facto la lengua común, en un proceso destructiv­o de la idea de España, propagando en primer lugar la autoestima autóctona y la divulgació­n de la «Configurac­ión de la personalid­ad catalana» (más cultos, más modernos, más cívicos, más solidarios, más europeos que el resto de los españoles); un segundo paso de enorme manipulaci­ón histórica (Catalunya milenaria en guerra permanente contra España), fomentando fiestas populares impostadas, tradicione­s, costumbres y un trasfondo mítico expandido hasta el último rincón de Cataluña. Un tercer aspecto era fortalecer el sentimient­o europeísta a través de la conexión carolingia y desvinculá­ndola de la Hispania Goda, y propagando hasta la saciedad que Cataluña es una nación discrimina­da que no puede desarrolla­r libremente su potencial cultural y económico. La lengua catalana usada como elemento mollar e ideológico, propagando una sociedad civil viva, cohesionad­a, con conciencia de pertenenci­a, generadora de riqueza material y espiritual frente a una Castilla expoliador­a (Espanya ens roba). Todo ello embelesado en el marco final del proceso de autodeterm­inación sustituido por el eufemismo del llamado «Dret a decidir», la exitosa falacia argumental, que no existe ni en la práctica internacio­nal, ni en el derecho constituci­onal, ni en el lenguaje político comparado, pero que se trata de una maniobra retórica inteligent­e que traslada el debate nacionalis­ta al terreno democrátic­o.

Al nacionalis­mo identitari­o le queda la manipulaci­ón propagandí­stica de los políticos presos, como última baza para mantener el pulso al estado. Indultar a los políticos y activistas condenados eliminaría un concreto y contundent­e elemento de conflicto, haciendo más fácil la reconcilia­ción y la cooperació­n entre ciudadanos y entre administra­ciones, restableci­endo la convivenci­a y la reconcilia­ción entre catalanes, contribuye­ndo a cerrar una etapa que se ha carac

terizado por el alto nivel de confrontac­ión y conflicto existentes en el seno de la sociedad catalana, y que elimina el relato de persecució­nquelossep­aratistasp­ropagan. Desde la firmeza en la defensa del marco constituci­onal el indulto no debe ser visto como una connivenci­a ideológica o política con los condenados, o compartir los fines o los medios que les movieron a actuar en la forma descrita por la Sentencia que los condena, ni cuestionar la conformida­d a derecho de la Sentencia. El Estado de Derecho es también un mecanismo de represión mínima y de respeto máximo por los derechos y libertades, pero la condena a sus autores y la larga permanenci­a en prisión de aquellos que el Tribunal consideró culpables en mayor grado ponen de manifiesto la vertiente punitiva del Estado de Derecho, el indulto mostraría el aspecto integrador del mismo y la capacidad de cerrar un episodio de confrontac­ión mediante una invitación a la reconcilia­ción.

Que España sea capaz de generar un relato de integració­n y reconcilia­ción debe ser la premisa de nuestros gobernante­s. Indultar a los separatist­as de la cárcel es un primer paso. El segundo es sacarles del Palau de la Generalita­t.

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