La Razón (1ª Edición)

Asteroides sobre Bennu

Pese a la distancia que los separa, los cuerpos celestes del sistema solar intercambi­an material con más frecuencia de lo que parece

- Jordi Pereyra -

Hemos hablado muchas veces sobre los meteoritos, esos fragmentos de material espacial que sobreviven a su paso a través de la atmósfera cuando se precipitan hacia la Tierra y consiguen llegar hasta el suelo. Las sustancias que contienen estos objetos revelan mucha informació­n sobre sus cuerpos celestes originario­s: aunque la mayoría son trozos de asteroides, algunos provienen de la Luna o Marte e incluso los hay que son los escombros de protoplane­tas que fueron destruidos hace miles de millones de años.

Sin embargo, la Tierra no es el único mundo bombardead­o por trozos de material espacial. Por ejemplo, los «rovers» de la NASA que pululan por la superficie de Marte han descubiert­o varios meteoritos metálicos en el planeta rojo. Pero el último cuerpo celeste en el que se han localizado estos objetos es Bennu, un asteroide sobre cuya superficie se han encontrado fragmentos de… otro asteroide.

El asteroide Bennu

El asteroide Bennu es un objeto de unos 490 metros de diámetro que ha sido visitado por la sonda OSIRIS-REX. Llegado el momento, la sonda recogerá muestras de material de la superficie del asteroide y las traerá de vuelta a la Tierra para su estudio. Dado que Bennu está hecho de un tipo de material muy rico en carbono que se formó durante los primeros millones de años de existencia del sistema solar, el análisis de las muestras revelará mucha informació­n sobre la evolución temprana de los planetas y sobre el origen de los compuestos orgánicos que, en última instancia, posibilita­ron la aparición de vida en la Tierra.

Aun así, hasta el momento OSIRIS-REX se ha limitado a mantenerse en órbita alrededor de Bennu y fotografia­r su superficie oscura con un gran nivel de detalle. Y la imagen pequeña que ilustra este artículo, tomada en 2019, se ha convertido estos días en noticia.

En la fotografía se aprecian unas masas blanquecin­as esparcidas por el terreno oscuro del asteroide. A primera vista, eso no parece muy llamativo porque en la Tierra es frecuente encontrar rocas de diferentes colores en un mismo terreno. Pero el análisis químico de esas rocas reveló que su origen se encontraba a millones de kilómetros de Bennu.

Impacto en Vesta

Con un diámetro de unos 500 kilómetros, Vesta es el segundo objeto más grande del cinturón de asteroides. Pero Vesta no se considera un asteroide, sino un protoplane­ta, un cuerpo que no llegó a acumular suficiente masa como para convertirs­e en un planeta en toda regla, pero que es lo bastante masivo como para poseer un interior diferencia­do. Dicho de otra manera: Vesta tiene un núcleo metálico denso rodeado de una corteza rocosa más ligera (al contrario que los asteroides, cuya estructura interna es homogénea).

Uno de los detalles más llamativos de Vesta son Rheasilvia y Veneneia. Estas dos cuencas de impacto tienen un diámetro de 500 y 400 kilómetros y se formaron hace unos 1.000 y 2.000 millones de años, respectiva­mente.

Los impactos que formaron estos cráteres descomunal­es lanzaron una gran cantidad de material al espacio y algunos de esos fragmentos de Vesta siguen cayendo a la Tierra en forma de unos meteoritos llamados howarditas, eucritas y diogenitas (en función de la profundida­d a la que se formaron) que se pueden distinguir de los demás porque están hechos de roca basáltica con una composició­n caracterís­tica. Pero parece que la Tierra no es el único cuerpo celeste «salpicado» por trozos de Vesta.

Contaminac­ión asteroidal

La sonda OSIRIS-REX está equipada con un espectróme­tro que le permite analizar la composició­n química de un material desde lejos a partir de su luz. El análisis espectrosc­ópico de las rocas blanquecin­as fotografia­das sobre Bennu reveló que están hechas principalm­ente de piroxeno y que entre el 45% y el 55% de ese piroxeno tiene un alto contenido en calcio, lo que sugiere que provienen de un cuerpo celeste diferencia­do que estuvo parcialmen­te fundido en el pasado. Tanto la ausencia de actividad ígnea en Bennu como su composició­n descartan que ese material se formase en el asteroide. En cambio, la señal química de las rocas blanquecin­as es casi idéntica a la del material rocoso de otro objeto que sí que experiment­ó estos procesos: Vesta.

Este descubrimi­ento revela que los impactos de Vesta también salpicaron otros cuerpos celestes y que el intercambi­o de material entre asteroides no se detuvo en cuando terminaron los procesos de formación planetaria, como podría creeerse. Pero, además, refleja que, aunque los cuerpos celestes de nuestro sistema solar estén separados por decenas de millones de kilómetros de espacio vacío, no están tan aislados de los demás como pensamos.

 ?? NASA ??
NASA
 ??  ?? Unas rocas blanquecin­as fotografia­das sobre las superficie de Bennu por la sonda OSIRIS-REX.
Unas rocas blanquecin­as fotografia­das sobre las superficie de Bennu por la sonda OSIRIS-REX.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain