Roturas sin sentido
Uno de los mejores indicadores del aprecio que provoca Felipe VI entre la gente es el hecho de que nadie del gobierno se haya atrevido a dar la cara y responsabilizarse claramente del veto a su asistencia a la ceremonia de apertura del año judicial. El caprichoso veto ha molestado a los jueces, a los ciudadanos, a los muchos catalanes no nacionalistas y a los defensores de la importancia constante de las instituciones por encima del ocasional político aprovechado de turno. Quienes han promovido el veto se retorcían en la silla y en la sintaxis, puestos en un brete, cuando se les preguntaba quién había tomado la decisión de tal desaguisado.
Un veto es un órdago, al fin y al cabo. Y un órdago de ese tipo solo se gana si ya de entrada eres capaz de defender en público tu decisión. Al echar bolas fuera, el gobierno ha visualizado claramente que no se veían más populares que el Rey ante la gente. Dado que los regionalistas, infantilmente, solo saben explicar todos los males que se han autoinflingido diciendo que las culpables son las monarquías mundiales (cualquiera, así, a bulto), el socialismo español ha decidido hacerles la ola asintiendo para a ver si así les votan los presupuestos. Uno se pregunta si el socialismo actual en España tiene realmente sangre en las venas. Su tibieza, su indulgencia con el golpismo blando les hace vagar, perdiendo votos por toda la geografía y condenándoles luego a dormir con los más extraños compañeros de cama para llegar al poder.
Las instituciones resistirán, a pesar de estos rotos innecesarios. La avergonzada huida dialéctica de los que han vetado a Felipe VI lo pone de relieve. El peligro que no ven los irresponsables es que perjudicar las instituciones siempre es un mal negocio a largo plazo. Cambiar el Código Penal para beneficiar a los delincuentes nunca ha funcionado bien en ningún sentido. Desprestigiar a la fiscalía colocando exaltados ideológicos en lugares decisivos la debilita. Proponer indultos para aquellos a quiénes se pretende favorecer políticamente, solo crea discriminaciones, desigualdades desigualdades y rencores entre la población que se enquistan a largo plazo. Rencores mucho más reales que los afectados enfados de los líderes nacionalistas que ya no tienen mucho que rapar y aceptan lo que les dan.
Si queda algo claro a la luz de lo sucedido es que, en caso de darse la circunstancia de que el Rey tuviera que firmar un indulto con el que discrepa, podría hacerlo perfectamente y salir indemne. Porque todos sabríamos que obedece al papel institucional para el que se comprometió con los españoles. Y que lo hace incluso cuando no está de acuerdo. Su lealtad a ese compromiso –el de defender las instituciones de todos más allá de las propias opiniones personales– es la
Quienes han promovido el veto al Rey se retorcían cuando se les preguntaba quién había decidido tal desaguisado
Las presidencias, los partidos, los gobiernos y las coaliciones pasan y desaparecen. La Jefatura del Estado permanece
muestra de nobleza y respeto democrático por la que suspirábamos todos los españoles en política hace años y que hoy en día es raro encontrar entre parlamentarios. Eso es lo que muchos no han entendido que supone ser Jefe del Estado. Las presidencias, los partidos, los gobiernos y las coaliciones suben y bajan, pasan y desaparecen. Duran, como mucho, cinco o diez años y pasan luego a la zona de sombra. Pero la Jefatura del Estado permanece. Cuántos gobiernos no ha visto ya esa jefatura desde que llegó a nuestro país la democracia. Los políticos se han desacreditado ante la gente con sus promesas y sus mentiras. Entre ellos y la Jefatura del Estado, nunca me atrevería a apostar por los primeros si tuviéramos que justipreciar el aprecio y prestigio popular de cada cual.