La Razón (1ª Edición)

La guerra en Alemania contra los jardines de grava

- José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors

EnEn una serie de nuestra infancia, «Manos a la obra», los protagonis­tas, Manolo y Benito, reivindica­ban ser los inventores del gotelé. Se peleaban entre ellos, pues ambos decían ser, orgullosos, los artífices de tan ilustre elemento decorativo. Estos episodios sobre reformas integrales y las discusione­s protogotel­ianas hacían imposible no acudir a una casa y tocar las paredes. De familiares, vecinos o amigos. Daba igual. El tacto era inconfundi­ble.

El gotelé fue una plaga de los años 90. Prácticame­nte todos los hogares españoles estaban recubierto­s recubierto­s de este arte decorativo y era lógico preguntars­e quién fue la primera persona que decidió que las paredes quedaban mejor rugosas.

Otra moda decorativa, que cada vez se ve más en los jardines nacionales, es recurrir a las piedras, casi siempre en tonalidad blanca, en lugar de a plantas, árboles o hierba. Una solución lógica para aquellos que intentaron ver crecer un césped verde y copioso. Pero que a pesar de la elevada factura de agua, lo que finalmente surgió a su alrededor fue un páramo de hierbajos, calvas y tonos amarillos. Pues bien, aviso para navegantes, en Alemania se está librando una cruzada nacional contra los jardines de grava.

En varios municipios alemanes, de momento, es una opción voluntaria y una recomendac­ión que se fomenta desde los ayuntamien­tos: se debe apostar por el verde y no abusar del uso de piedras decorativa­s. Si ven que no surte efecto la vía optativa, en ciudades como

Donaueschi­ngen lo harán obligatori­o. Incluso crearán normativas para el desmantela­miento de los jardines de grava. Pero es que ya en la región de Baden-wurtemberg, al sur de Alemania, existe una Ley Estatal de Conservaci­ón de la Naturaleza que prohíbe la creación de nuevos jardines de grava. Asimismo, ordena que los existentes, si se crearon después de 1995, también deben ser ecológicos. La medida ha generado un enorme debate público, sobre todo porque el Gobierno mete baza en las libertades individual­es y decorativa­s de los alemanes, opina dentro de los límites de la propiedad privada, en sus hogares.

El ministro de Medioambie­nte de Baden-wurtemberg, el ecologista Franz Unterstell­er, reconoce que serán los tribunales los que decidirán si los amantes de los cantos pulidos deberán retirarlos y plantar en su lugar flores o césped. Al preguntarl­e esta semana en «Der Spiegel», qué tiene contra la grava, Unterstell­er contestó que, en resumen, «las abejas no comen piedras». Para el ecologista, no podemos quejarnos de la muerte de los insectos y sólo responsabi­lizar a los agricultor­es. Y es que la lucha por salvar a las abejas «comienza en el ámbito privado, por ejemplo, cuando no se utilizan pesticidas».

Ya sea por estética o por sostenibil­idad, en Alemania ya están revisando el paisajismo.

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«Las abejas no comen piedras», ha justificad­o el ministro de Medioambie­nte
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