Una atractiva ambigüedad
Recuerdo «Acusada», la película argentina en que se basa «La chica del brazalete», como un thriller ampuloso e improbable donde la inculpación por asesinato de una adolescente arruinaba moral y económicamente a su familia, implicaba el acoso de los medios, y se convertía, toda ella, en amarillista, morbosa relectura del caso de Amanda
Knox. Desde la primera secuencia de «La chica del brazalete», que muestra la repentina detención de una joven que está pasando el día con su familia en la playa, comprobamos que el tono de la película de Stéphane Demoustier será completamente distinto. La cámara toma distancia sobre los hechos como si no quisiera inmiscuirse. Una elipsis de dos años y entonces la película se convierte en cine de juicios de pura cepa, donde aquel discurso objetivo sobre la verdad que atravesaba el cine de Otto
Preminger se tiñe de una atractiva ambigüedad, que nos hace dudar de si la frialdad e indiferencia de Lise Bataille, ahora en arresto domiciliario, se debe a que ha tirado la toalla de su defensa o a que, realmente, es culpable. La acusada permanece en un limbo enigmático e impenetrable, no así sus padres de clase alta, que se enfrentan al juicio desde posiciones muy distintas, y que la interpretación de Roschdy Zem y Chiara Mastroianni traduce, desde una contención agotada, la duda y el desconcierto que provoca la búsqueda de una verdad que nunca será definitiva. En especial, la declaración de la Mastroianni es, en ese sentido, ejemplar de las intenciones de la película de Demostier: conmovedora por la sinceridad con que se relaciona con lo indecible y lo inconcebible que resulta que una hija haya asesinado a sangre fría por rencor o por venganza.