Lo que dicen sus costuras
La cuidada imagen de la «Isabel Preysler de Galapagar» esconde siempre un mensaje político
Para la crónica rosa, el último año de Irene Montero ha sido intenso. Ella misma ha permitido elevar el chisme personal a rango político y ha tiznado su vida de ese matiz asalmonado que luego desprecia. Aceptó ser protagonista de la revista «Diez Minutos», con Rosa Villacastín como entrevistadora, y unas semanas después, en septiembre de 2020, repitió en «Vanity Fair», esta vez con Joana Bonet. En sus páginas, las referencias a su esfera privada son constantes. Desde su método de crianza y rutinas en el hogar de Galapagar, hasta sus preferencias sexuales.
Los expertos en comunicación política consultados entonces por LA RAZÓN vieron una necesidad de dar una imagen poderosa, pero el contexto era desafortunado. El mismo día de la publicación, los nuevos brotes de coronavirus sumaban fallecidos y contagios. A buena parte del país le incomodó ver a la ministra, recién apodada «la Preysler de Galapagar», ocupada en telas y estilismos descubriendo el encanto de la moda y reclamando la belleza como derecho. «La moda –declaraba– no es siempre impostura». Y también se justificaba: «ser progresista no implica pasar penurias». Desde entonces, el manejo que hace de su imagen permite leer su mensaje entre costuras. El morado de su traje el pasado 12 de octubre, Día de la Fiesta Nacional, en un acto presidido por los Reyes, era una inequívoca provocación republicana. Y de hecho así lo admitió después. Nada que ver con el uso del morado que hizo Kamala Harris durante el juramento de Biden. En su caso, la fusión del rojo republicano con el azul demócrata se interpretó como una invitación a la concordia.