La Razón (1ª Edición)

POBRES JÓVENES RICOS, CUÁNTO SUFREN

- Alfredo Semprún

Oiga,Oiga, un drama de vida la de esta pareja. A nadie le puede extrañar que, incluso, se pueda a llegar a coquetear con el suicidio. Pero, Meghan debería reconocer que iba avisada. Con los antecedent­es familiares conocidos, vas y te casas con un tipo que invita a la boda a sus anteriores novias, señal de que pasión, lo que se dice pasión, no debió haber mucha. Y luego, lo del trabajo de duquesa de Sussex, condesa de Dumbarton y baronesa de Kilkeel, pues un rollo y, además, mal pagado. Porque, a ver, que tu marido haya heredado diez millones de libras, más el sueldo de capitán del Ejército, retirado, dietas de viaje y casa, pues ya te digo que no compensa, ni dando un paso atrás, «continuar apoyando una serie de causas y organizaci­ones benéficas que reflejan los problemas con los que ha estado asociada durante mucho tiempo, incluidas las artes, el acceso a la educación, el apoyo a las mujeres y el bienestar animal», como todavía figura en la web oficial. Mucho menos, honrando su deber hacia la reina, la Commonweal­th y sus patrocinio­s, que de estos últimos debe venir el apodo «la empresa» que le endilgó a la familia real británica. Pero, sin duda, lo peor es que habían tomado a su hijo por un mulato, con lo clarito que es. Tanto, que no le habían concedido los títulos nobiliario­s que le correspond­ían, enorme agravio, había que ver la cara de disgusto que puso Oprah, que ignoraba, seguro, que sólo los hijos del heredero directo del trono, en este caso el príncipe William, tienen derecho a ello.

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