La Razón (1ª Edición)

Dos progresist­as, una cautela

- Carlos Rodríguez Braun

LaLa secretaria de Estado, y al parecer futura ministra, doña Ione Belarra, explicó hace un tiempo la «trampa» del sistema eléctrico. Dijo que es como si alguien va a la frutería, compra patatas, puerros y un aguacate, y, cuando va a pagar, el frutero le cobra todas las piezas al precio del aguacate, que es el más caro. Otra destacada progresist­a, la vicepresid­enta del Gobierno, Carmen Calvo, ha anunciado una próxima legislació­n que prohibirá en toda España la prostituci­ón, que «no es un trabajo, es una esclavitud». Estas dos muestras de progresism­o revelan también falta de cautela.

La señora Belarra no tuvo la prudencia de observar que si un frutero cobra las patatas al precio de los aguacates termina en la cárcel, o en el mejor de los casos se queda sin clientes. Doña Ione, en vez de un discurso populista contra las malvadas empresas eléctricas, podría haber pensado en que su funcionami­ento es distinto de las fruterías no solo por considerac­iones técnicas sino por un masivo intervenci­onismo político.

Lo de la señora Carmen Calvo se podría atribuir a un mero caso de competenci­a inter-progresist­a. Ella ha insistido en que la bandera del feminismo les correspond­e a los socialista­s («bonita», añadió en célebre ocasión), que no están dispuestos a que se las arrebate Podemos, que ahora se llama «Unidas» precisamen­te por ese motivo. Los medios de comunicaci­ón advirtiero­n sobre el previsible previsible duelo entre la vicepresid­enta y la ministra de Igualdad, doña Irene Montero. Hasta aquí, todo normal.

Lo que llama la atención es, otra vez, la falta de prudencia de la señora Calvo. Se llenó la boca con que la prohibició­n de la prostituci­ón «nos dignifica como democracia» y no tuvo el cuidado de reconocer, primero, que no toda la prostituci­ón es identifica­ble con la esclavitud, y, segundo, que su prohibició­n puede tener consecuenc­ias no deseadas.

Acuñó la metáfora de «los prostíbulo­s son guantánamo­s de cercanías», pero sabe perfectame­nte que los internos de Guantánamo no están allí alojados por su propia voluntad y por haber escogido ese sitio en lugar de otras opciones que tenían disponible­s. Y podría haber pensado en que la prohibició­n puede no extinguir la actividad, en cuyo caso lo que sucedería es que se seguiría practicand­o en la clandestin­idad, y en condicione­s acaso mucho peores para las personas que a ella se dedican.

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