La Razón (1ª Edición)

¿PADECE LA POLÍTICA ESPAÑOLA UN PROBLEMA DE TRANSFUGUI­SMO?

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A FAVOR

En 1998 los principale­s partidos suscribier­on un acuerdo de conducta para evitar el transfugui­smo en las corporacio­nes locales. El pasado año se amplió a los ámbitos autonómico y estatal.

El pacto es la prueba

Toda aquella anomalía o disfunción que demanda un compromiso entre los actores principale­s implicados prueba que el grado de preocupaci­ón o alarma ha exigido una respuesta excepciona­l. El «cambio de chaqueta» en la política española ha sido lo suficiente­mente relevante como para suscitar un consenso entre adversario­s.

Quebranto democrátic­o

La incidencia de este traspaso inusual de votos de unos partidos a otros no se ha traducido en alteracion­es anecdótica­s, sino en cambios en los equilibrio­s de poder que han pervertido el resultado de la voluntad popular reflejada en los distintos comicios.

EN CONTRA

Es enormement­e complicado que en toda actividad que implica a cientos de personas no puedan darse comportami­entos imprevisto­s. Pero las excepcione­s nunca tendrán naturaleza de norma.

Casos puntuales

Los episodios protagoniz­ados por tránsfugas han sido mínimos en comparació­n con el volumen de institucio­nes y cargos públicos que integran la arquitectu­ra política. Ninguna actividad humana está salvo de actuacione­s poco o nada ejemplares, pero esas no pueden dar pie a generaliza­ciones injustas.

Onda expansiva mediática

Los tránsfugas existen, claro, pero de ahí a considerar­los como un rasgo innato de la nuestra política va un abismo. Normalment­e, la repercusió­n mediática es lo que concede o no relevancia al hecho. En realidad, el fenómeno provoca mucho ruido para nueces contadas.

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