La Razón (1ª Edición)

Vinagreta Thunberg

- Sabino Méndez

SeráSerá porque soy de barrio, pero siempre he desconfiad­o de los mesías, de aquellos que se asegura vienen para salvarnos. Cuando alguien me grita en la oreja el dictado de lo que se supone ha de ser mi convenienc­ia, me llevo la mano a la cartera (para comprobar que siga en su sitio) y me alejo a toda velocidad. En la zona donde yo crecí, había también un dicho que recordaba que quién grita más alto y más fuerte asegurando que defiende tus derechos, será el que los reprimirá más alto y más fuerte cuando alcance el poder, si con ello consigue su convenienc­ia. El refrán parece hecho a medida del caso de los Ortega en Nicaragua y habría que recordárse­lo también a Greta Thunberg antes de que cometa grandes errores, porque se le está avinagrand­o el carácter.

Es lógico y conocido que, al pasar de niño a adolescent­e, se nos revuelven a todos las hormonas y nos volvemos más irritables e impaciente­s. Pero no por ello hay que desdeñar o ignorar la sabiduría de tantos ejemplos y casos sucedidos. Todos podemos predecir perfectame­nte que, dentro de tres o cuatro décadas, Greta publicará el clásico libro de memorias en que se quejará y reprochará haber perdido su infancia por el activismo y todo ese (precisamen­te) bla, bla, bla que hemos escuchado tantas veces en confesione­s de deportista­s o artistas precoces, prematuram­ente retirados.

La protección medioambie­ntal ha de ser cosa de todos y justamente, debido a ello, los líderes sensaciona­les solo pueden perjudicar la causa. Porque no es una idea totalitari­a a imponer, sino una conciencia general que hemos de construir.

Las Gretas que se convierten en Vinagretas solo consiguen que se aleje gente que deberíamos persuadir y que huyen al sentir rechazo por tanta gesticulac­ión. Que alguien se lo diga pronto, porque se le está empezando a poner cara de Patricia Hearst y quienes conocimos los 70 ya tuvimos bastante de eso.

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