Carta a los tres hijos del gran Íñigo Lapetra
QueridosQueridos Fernando, Íñigo y Pablo: es posible que no prestéis excesiva atención ahora a esta columna porque aún sois muy jóvenes y estaréis obnubilados por lo que ha pasado. Es normal. A mí me sucedió algo parecido a una edad también temprana y tardé años en reactivarme. Sólo os pido que la conservéis y, si os apetece, la releáis más adelan-te, adelan-te, sobre todo cuando atrave-séis atrave-séis otros momentos difíciles o la vida os sitúe en encrucijadas difíciles de resolver. Confío en que os sirva de guía para reme-morar reme-morar a vuestro padre, que os quería con locura, y, sobre todo, para que le toméis como un modelo al que ajustar vuestra conducta. Sabed que Íñigo La-petra La-petra era un grandísimo profe-sional, profe-sional, posiblemente el mejor de toda la Sanidad en su ámbi-to, ámbi-to, pero era aún mejor persona. De los mejores tipos que me he encontrado. Creedme lo que os digo. Los que me conocen sa-ben sa-ben que no me prodigo en re-partir re-partir elogios. Como director de Comunicación del Consejo Ge-neral Ge-neral de Enfermería alcanzó cotas impensables y consiguió una visibilidad tal de esta ho-norable ho-norable profesión que para sí han querido otras muchas. Íñi-go Íñi-go se dejó literalmente la piel en un empeño que convirtió en proyecto vital porque siempre se entregaba con entusiasmo a todo lo que hacía y porque que-ría que-ría para vosotros la mejor vida posible. Os bastará con revisar las múltiples muestras de cari-ño cari-ño de estos días para que os deis cuenta de la huella que deja vuestro padre. En el ámbito pri-vado, pri-vado, Íñigo era igual: un vitalis-ta vitalis-ta que se dejaba el alma por los demás y que siempre hablaba de vosotros con orgullo en cual-quier cual-quier conversación o almuerzo. Sabed que vuestro padre tenía la paciencia de escuchar y el don de comprender, y que era honrado y justo. Son virtudes que deberán marcar vuestro rumbo en la vida si queréis ser tan buenos como él lo era.