Una delicia de comedia
Con todo lo que nos está cayendo, cayendo, guerra de Ucrania, crisis crisis energética, cesta de la compra compra más alta que donde vuelan las azafatas de la exitosa y divertidísima divertidísima comedia « Boeing Boeing», y al mando el gobierno gobierno más incompetente desde 1976, les recomiendo que se den un baño de salud: la risa, que es la mejor terapia que existe para el ser humano desde desde que se irguió y empezó a fastidiarla. Una comedia de Marc Camoletti sin pretensiones pretensiones filosóficas; sin planteamientos planteamientos profundos. Un enredo de esos que no te dejan tranquilo tranquilo en el asiento, porque las sorpresas se suceden constantemente, constantemente, con un desenlace que ya prevé el propio autor, pero que nunca sabemos cuándo y cómo se va a producir, producir, una obra de teatro que debería debería coprotagonizar yo para perder esos quilos que me sobran, sobran, pues estoy persuadido de que los seis actores que nos la regalan pierden alguno tras cada función.
Los voy a nombrar a todos, pues se ganan cada día su sueldo y hacen una terapia que nos evita una visita más cara al psicólogo o al psiquiatra psiquiatra (observen que ambas palabras palabras las escribo con « ps», porque «sicología» es «la ciencia ciencia del higo»). Empezaré por Laura Artolachipi, María José Garrido y Sara Canora. Para estos papeles se necesitaba inteligencia, presencia física y buena dicción: pues un 10 (soy profe). Excelentes. Los protagonistas son mi admiradísimo admiradísimo Agustín Bravo y Andoni Andoni Ferreño: se les entiende (lo que no ocurre con muchísimos muchísimos actores de hoy), hacen un alarde físico de interpretación y bordan sus papeles. Dejo para el final a Alberto Closas, hijo de uno de los más grandes del cine español de todos los tiempos: lleva inoculada en las venas la profesión. Habla poco, pero llena la escena con una soberbia interpretación. Y todos muy bien dirigidos por Ricard Reguant. Lo dicho: muy, muy recomendable.