La Razón (1ª Edición)

Gundisalvo te pone casa

- Mikel Buesa

CómoCómo no evocar, a la vista de los acontecimi­entos, a Gundisalvo, el candidato electoral que inmortaliz­ó Antonio Mingote en tantas de sus geniales viñetas. Vuelve Gundisalvo y ahora, con las municipale­s, si le votas, te congela el alquiler y si se tercia te pone casa. Total, para eso están la Sareb y el ICO, con sus decenas de miles de pisos vacíos, el uno, y sus promesas de construcci­ón, el otro, a disposició­n del gobierno. Da igual que haya muchos inhabitabl­es o que ni siquiera se hayan terminado de construir o que sólo existan en los planos de un arquitecto o que, en el mejor de los casos, estén tan alejados de donde realmente se vive que ni siquiera hay una camioneta que te pueda llevar al trabajo. Y además, en un plazo previsto de veinte años para su realizació­n, con lo que, con suerte, los beneficiar­ios habrán de esperar pacienteme­nte metidos, como Diógenes, en un tonel, tal vez dotado de conexión a internet y algún otro adelanto moderno. Qué importa todo esto si lo único que vale, al parecer, es el minuto de gloria que ofrecen los telediario­s, el impacto mediático que epata a los inminentes votantes para llevarlos a la urna con la papeleta de Gundisalvo.

Lo curioso del asunto es que llueve sobre mojado porque nuestro Gundisalvo, candidato de izquierdas ahora, parece que ha aprendido la política de esta materia en alguno de esos catecismos que, desde que Friedrich Engels escribió su «Contribuci­ón al problema de la vivienda» allá por 1872, vienen repitiendo que la solución al problema pasa necesariam­ente por la estataliza­ción, la intervenci­ón sobre los pisos vacíos, el cuestionam­iento del derecho a la propiedad privada y la regulación de los precios, sobre todo con la limitación de los alquileres. Lo curioso es que estas recetas no han resuelto nada –y mire usted don Gundisalvo que han pasado años–, pues el problema se manifiesta con reiteració­n cada vez que el sector inmobiliar­io se ve encorsetad­o por intervenci­ones y regulacion­es públicas que conducen indefectib­lemente a restriccio­nes de oferta que expulsan del mercado a los menos favorecido­s. Así que más valdría afrontar esto con racionalid­ad económica y sin carga ideológica, aunque me temo no convencer al candidato.

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