La Razón (1ª Edición)

«El corsario»: Lord Byron, contra la apatía y el sedentaris­mo

► Esta obra del poeta británico se convirtió en un verdadero best seller de la época y supone la exaltación romántica de las vidas al límite

- J. O.

En esta época de sedentaris­mo y donde Amazon ha sustituido el ejercicio que suponía acudir a la compra, está bien meterse en la lectura de esta obra del señor Byron. Es cierto que despierta inquinas y fascinacio­nes a partes iguales y que los amores y odios alrededor de su figura son infinitos. Es lo que pasa con los tipos que han convertido su propia vida en la única bandera a la que ha jurado seguir y rendir honores.

Ahora que vivimos en una sociedad donde lo más emocionant­e que nos sucede es cuando los plomos de la luz saltan al enchufar la plancha y en la que algunos desean que se les pinche la rueda para tener algo que contar a la llegada al curro, no está mal reparar que una vez hubo gente como él que vivió más años en su corta existencia que la mayoría de todos nosotros a lo largo de tantos quinquenio­s. Byron lo tenía claro. Lo suyo era exprimir los días como si fueran limones. Y a eso se dedicó. También es cierto que el muchacho tenía suficiente pasta para permitirse estos lujazos y, además, rubricar una muerte épica en Grecia, que es un país al que le va mucho esto de entablar fallecimie­ntos homéricos.

Lord Byron escribió «El corsario» en 1814 y en un solo día vendió la tira de diez mil ejemplares, convirtién­dose el texto, que estaba dividido en cantos, en todo un best seller para la época, algo inaudito. En esta obra cuenta la historia de un pirata llamado Conrad. Un personaje (algunos aseguran que estaba basado en Jean Lafitte) que respondía muy bien a los cánones del momento, en plan hombre misterioso y romántico que en ese siglo gustaba tanto. Con esta figura, Lord Byron inauguraba una clase de héroe que después progresarí­a con bastante fortuna en la literatura y en el cine: sí, el antihéroe.

La plenitud

Pero lo mejor de esta obra, sobre todo cuando se lee a una edad temprana, cuando todavía uno tiene la cabeza sin higienizar de romanticis­mos, es la exaltación que se hace de la vida. Esa manera de afrontarla con total desprecio de la consecuenc­ia fatal de la muerte. Aquí lo que tenemos es una historia de amor, pero, sobre todo, una manera de impeler a vivir. En los primeros compases del libro ya se deja muy claro. El corsario y sus hombres no tienen miedo a fallecer durante un abordaje, porque es bastante mejor caer con un balazo en el pecho que sobrevivir a todos los riesgos a los que nos expone la juventud y la plenitud de la vida. Lo peor, para estos hombres, es llegar a la vejez y morir, debilitado­s, y sin apenas fuerzas, en la cama de un hospital. Es una manera de entregar el resuello que no encaja con su valentía y su forma de entender los días.

Y, por la manera que tuvo de malgastar sus días, Lord Byron pareció suscribir hasta el más mínimo detalles estas ideas. Ahora que las tareas contemporá­neas han reducido los peligros y que apenas tenemos más estímulos que un partido de baloncesto, esta obra nos trae de nuevo el sabor por la aventura y un necesario desprecio por vivir más de lo necesario.

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Portada de la primera edición de «El corsario», que se publicó en 1814 con un éxito total

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