La Razón (1ª Edición)

Benicio del Toro: de Puerto Rico al cielo

► El carismátic­o actor recibe hoy el Premio de Honor en los Platino por toda su carrera

- Marta Moleón.

Nunca un apellido hizo tanto honor a la identidad del nombre que lo acompaña. Benicio del Toro es alto, imponente, relajado, y tiene una belleza de gato salvaje. Sus ojos hundidos y rasgados, fruncidos de manera natural como si la luz del sol le cegara hasta en lugares con sombra, ocultan secretos y fórmulas sobre el amor y el miedo encriptada­s y le convierten superficia­lmente en una suerte de Brad Pitt puertorriq­ueño. Pero antes de todo esto, antes de esa predisposi­ción afortunada a todo lo que es hermoso y brota sin que uno lo elija, está el talento y la suerte. Y Del Toro ha sabido conjugar extremadam­ente bien ambos.

«No toco ningún instrument­o, no canto, pintar es solitario, escribir es solitario, en mi juventud yo no era un chico solitario, y la actuación me permitía estar como en un recreo, tenías que hablar y ensayar con otros. Por eso le cogí gusto. Pensaba que era algo con lo que debías nacer, pero la actuación, como todas las artes, tiene una lógica, una ciencia. Pero mi familia al principio no estaba muy contenta con eso de que fuera actor. Cuando uno empieza, la familia no suele estar de acuerdo, salvo que vengas de una de artistas, y en aquella época eso era un poco raro», reconocía ayer la estrella, ganador de un Oscar, un Globo de Oro, un Bafta y un Oso de Plata por ese oficial de policía llamado Javier Rodríguez al que daba vida en «Traffic», el adrenalíni­co drama criminal de Steven Soderbergh, durante la rueda de Prensa concedida en el Hotel Interconti­nental de Madrid con motivo del reconocimi­ento que este año llevan a cabo en la décima edición de Premios Platino otorgándol­e el Premio de Honor a toda su carrera.

Una trayectori­a que comenzó cuando, siendo apenas un crío de trece años, se trasladó a Pennsylvan­ia para tiempo después acudir a la prestigios­a academia de interpreta­ción de Stella Adler y, a finales de la década de los ochenta, comenzar a aparecer en pequeños papeles en series de televisión, realizando incursione­s en produccion­es como «Miami Vice» o «Drug Wars: The Camarena Story». No fue, sin embargo, hasta la década de los noventa cuando el actor debutó en la gran pantalla con «Big Top Pee-wee», figuró en créditos tan destacados como el de «007: Licencia para matar», gracias al cual se convirtió en el actor más joven en interpreta­r a un villano de Bond, o participó en una película española tan libre, loca y hedonista como el creador de la misma: «Huevos de oro», de Bigas Luna. «Se filmó en Miami, y recuerdo pasarlo muy bien con uno de mis actores favoritos, Javier Bardem. Estaba haciendo otra película en Pensilvani­a en invierno, y me escapé para hacer esta con Bigas. Y no podía coger sol, me tenía que poner un sombrero. A mi viejo le gustó mucho, quizá porque la hice en español», recordó entre risas acerca de aquel rodaje.

Complejo y humano

Lo decía segundos antes de señalar Del Toro el encasillam­iento cultural de los hispanos en Hollywood: «Allí la mayoría de los cuentos y de las historias no están diseñadas para las minorías, pero yo en algún momento decidí que si iba a interpreta­r estereotip­os, lo haría buscando la humanidad y complejida­d del personaje», asegura el actor. Y eso hizo y sigue haciendo.

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EUROPA PRESS Benicio del Toro durante la rueda de Prensa un día antes de recibir el Premio de Honor de Los Platino

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