La Razón (1ª Edición)

Ana Obregón: en el nombre del hijo

- Rebeca Argudo.

DaDa igual que el libro de Ana Obregón, «El chico de las musarañas», no cuente nada nuevo hasta las últimas páginas. Da igual, primero, porque ya ha vendido dos ediciones antes de salir a la venta. Así que aunque no sea una obra cumbre de la literatura universal, ni nos desvele ningún aspecto sorprenden­te de su vida, ni desmenuce pormenoriz­adamente el proceso de venida al mundo de la hija póstuma de su hijo, el libro ya ha vendido una cantidad considerab­le de ejemplares. que me alegro, y mucho, porque los beneficios irán destinados a la Fundación Aless

Lequio para la investigac­ión contra el cáncer.

Con el libro de Obregón se da lo que mi amiga J. y yo hemos denominado« efecto Titanic », que es aquel por el cual aunque ya sabes todo lo que va a ocurrir, incluso el desenlace, pero te pegas una panzada a llorar. Llorar por las desgracias ajenas es muy catártico, también lo digo, y esto es un dramón. Uno que, aviso, no desvela nada. No hay sorpresas. Ni media. Hasta que llegas a las últimas páginas y entonces cuenta Ana el deseo de Aless Lequio de tener hijos («aunque ya no esté») y que tanto su padre como ella le prometiero­n que lo haría

Desliza la actriz que hay un testamento. Y cuenta cómo Alessandro Lequio abortó sin saberlo su intento de suicidio al recordarle, desde el otro lado de una puerta cerrada, la última voluntad de su hijo, que tenía que hacer algo importante. Pero aún con eso, lo que más llama la atención de todo el libro es que no nombra en ningún momento a la novia de Aless. Es como si no existiera. Él sí lo hace, refiriéndo­se a ella con otro nombre, en las páginas que se reproducen de su proyecto de novela, que da título al libro y que arranca en el momento en que acude al hospital por primera vez antes del fatal diagnóstic­o. En esas páginas, llamando a los personajes con nombres ficticios pese a ser fácilmente identifica­bles, se describe una relación tirante entre la actriz y Carolina Monje («primera pareja seria de su hijo», en palabras del propio Aless) e intuimos a una madreabsor­bente y sobreprote­ctora. Una cuyas maneras con su nuera son descritas por el chaval como unas que «rebasan los confines del respeto; cosa que empezaba a ser frecuente y no era del todo sano». No solo la actriz omite la presencia de una mujer importante en la vida de su hijo, también diluye la de su hermana, la hija de Alessandro Lequio con María Palacios, a la que el joven adoraba y que apenas es nombrada una vez para esbozar el motivo por el que el padre no puede desplazars­e. Parece que la relación ideal que describe Obregón con su hijo necesitaba de la inexistenc­ia de cualquier otra figura femenina. Y si en la vida real era imposible, aquí sí las ha hecho desaparece­r.

«Diluye la existencia de su hermana pequeña, a la que Aless adoraba»

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CONNIE G. SANTOS

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