Entretenimiento
EstaEsta semana, justo esta semana, se han cumplido 28 años del estreno del programa de televisión «Uno para todas» que presentaba Goyo González. El asunto consistía en elegir al hombre del verano, así que había que convencer a las mujeres convocadas en plató para que decidieran quién era el más guapito de los presentes. Los miércoles, me acuerdo perfectamente. Las azafatas eran las chicas Glu Glú y entre ellas estaban Romi Abradelo (de las Hermanas Abradelo que luchaban en el barro) y Raquel Meroño. Monísimas. Había un mando a distancia para votar al chorbo y, si la chica Glu Glú daba un beso a un concursante, este pasaba a la siguiente ronda. Si no había beso, a la piscina de cabeza. Y en la final, todos a la pileta menos el ganador. Un amigo mío concursó. Pero bueno, que ahí concursaron Alessandro Lequio, Quique San Francisco, el Soto, Máximo Valverde o Alonso Caparrós y no todos tuvieron suerte. Mi amigo sí. Mi amigo ganó un viaje a México para dos, se fue con una chica, se hicieron amigos, y a los pocos años mi amigo se casó con un señor.
Realmente, esos programas ahora no tendrían ningún sentido. La nueva televisión, basada en plataformas con ofertas a la carta y con un entretenimiento bastante aburrido, no deja cabida a aquellos programas que nos hicieron felices. Eran baratos, cutres, con platós y decorados que servían para más de un concurso y ni se disimulaba. Era entretenimiento puro y duro, eso que ahora se camufla como series en ristra y donde se incluye algún que otro reality camuflado que no acaba más que en el fango. Toda esa tele que ahora se contempla como rancia, pasada, arcaica y antigua, nos hacía felices. O eso nos parecía. Por eso, necesito homenajear a aquella tele tan blanca (y miren que yo blanco, ni el orujo, que diría San Román), tan naif, tan divertida, con aquellos presentadores magníficos, que hacían tan estupendamente eso tan difícil que es el entretenimiento. Todo eso aquí parece denostado, infravalorado en nombre de no se sabe bien qué modernidad. Sin neurocirujanos estaríamos peor. Pero también salva vidas la alegría.