La Razón (Andalucía)

LA DOBLE SINGULARID­AD DE ANTONIO LÓPEZ

- Tomás Llorens Tomás Llorens es historiado­r del Arte

LaLa figura de Antonio López es difícil de encajar en la historia del arte moderno. También en la del español. Para caer en ello basta visitar la colección permanente del Reina Sofía, donde su obra se presenta al público, desde hace un cuarto de siglo, como una singularid­ad aislada. Creo que la mayoría de los artistas, críticos, e historiado­res que nos ocupamos del arte del siglo XX estamos convencido­s de que las cosas son así: Antonio López es una singularid­ad. Yo también lo estoy, pero creo que es necesario distinguir, en esa singularid­ad, dos vertientes opuestas: una, que podríamos denominar intrínseca, anclada en la esencia de su obra, y otra sobrevenid­a, deformador­a y falseadora

Empezaré por la segunda. Deriva de un paradigma historiogr­áfico según el cual el arte moderno del siglo XX nacería de una ruptura radical con el realismo del siglo XIX. A partir de esa ruptura, su historia consistirí­a en un ascenso escalonado hacia niveles cada vez más desmateria­lizados, más «abstractos», más «conceptual­es». Al final, como se afirmaba en el título de una exposición realizada en Berna en 1969 y de la que se sigue hablando en abundancia, la forma (objetiva) de la obra del arte se disolvería en la actitud (inmaterial y subjetiva) de su creador. Ese proceso, por otra parte, se asociaría a otro paralelo en el que la obra y el artista se verían etiquetado­s y encajados en una especie de escalera en la que cada escalón supondría una ruptura y estaría ocupado por una «vanguardia», válida durante unos años, e inválida a partir de la aparición de la siguiente «vanguardia», más abstracta, más inmaterial que la anterior. En el flujo de ese movimiento, como en el de un río escalonado por una serie de cascadas, se formarían de vez en cuando remolinos regresivos, burbujas desconecta­das de la corriente general. Ese sería el lugar de los artistas «singulares». Artistas como Hopper, Morandi, Giacometti, Bacon o Antonio López. Hay que decir que esa narración, que se impuso globalment­e en el mundo del arte a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y, en España, partir de los años 1980, está perdiendo fuerza. Lo atestigua, por ejemplo, la nueva presentaci­ón de las coleccione­s del MoMA de Nueva York. Lo curioso es que en España sigue totalmente vigente. Es más, podría decirse que se ha convertido en doctrina oficial, tanto en el ámbito de los centros de enseñanza, como en el de los museos y de las políticas públicas.

Como historiado­r, estoy convencido de que esa doctrina distorsion­a la realidad de los procesos que configurar­on realmente la modernizac­ión del arte a lo largo del siglo pasado. El paradigma de una escalera construida como una sucesión de rupturas vanguardis­tas deja en la oscuridad lo principal del arte del siglo XX. Si Picasso protagoniz­ó legítimame­nte la modernidad sólo en tanto que partícipe de la vanguardia cubista, y esa vanguardia quedó invalidada a partir de la aparición del dadaísmo en los últimos años de la Primera Guerra Mundial, ¿cabe deducir que el resto de su obra, incluyendo el Guernica, no es más que una sucesión de remolinos regresivos,? ¿Y qué decir de Matisse, Braque, De Chirico, Beckmann, Miró, Klee...? ¿Y qué decir del arte español de la segunda mitad del siglo XX? Las supuestas excepcione­s se convierten en el cuerpo principal de la historia del arte moderno.

Al tiempo que se va disolviend­o la carcasa deformador­a del paradigma vanguardis­ta, nos vamos damos cuenta de la importanci­a del papel del realismo en la modernidad. Deberíamos haberlo visto antes. Al fin y al cabo, si pensamos en otros campos como, por ejemplo, la literatura ¿cabría concebir una historia de la novela moderna en la que Flaubert, Tolstoy, Thomas Mann, Scott Fitzgerald, Hemingway, Faulkner, Tanizaki... se vieran reducidos al papel de singularid­ades accidental­es? ¿O, si nos trasladamo­s a la España contemporá­nea de Antonio López, defendiérm­os que las novelas de Delibes, García Márquez, Vargas Llosa, Juan Marsé o Rafael Chirbes son burbujas marginales, regresivas respecto del gran flujo de la cultura de su tiempo y de su entorno? Claro que, cuando hablamos de realismo no estamos hablando de una «vanguardia», como cuando hablamos, por ejemplo, de minimalism­o. El realismo no es una etiqueta abstracta, que se superpone a la obra del artista para canibaliza­rla. Y es aquí cuando podemos ver la segunda singularid­ad de Antonio López. La genuina. La verdad es que la gran tradición realista de la modernidad está protagoniz­ada por creadores, mayores o menores, pero, individual­es, diferentes y singulares. Lo que les une no es el sometimien­to a una etiqueta académica. Es, más bien lo que el último Wittgenste­in describió como un «parecido de familia». Y, si nos preguntamo­s por la naturaleza de ese parecido, llegamos a una conclusión que puede parecer sorprenden­te. La raíz más profunda de las grandes poéticas realistas del siglo XX, entre ellas la de Antonio López, reside precisamen­te en la voluntad de hablar de su propio tiempo y de ser fieles a su propia experienci­a personal. Es decir, la voluntad que Manet y Baudelaire definieron como rasgo esencial de la modernidad.

«Su obra en el Reina Sofia sigue siendo una singularid­ad aislada» «La tradición realista de la modernidad es la de los creadores mayores»»

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