¿Cómo influye el frío en nuestra salud?
Tras una nevada siempre viene el frío y las heladas, que son especialmente peligrosos para nuestra salud. Nuestro organismo es tan perfecto que también tiene recursos para luchar contra el frío extremo: el hecho de que seamos «animales homeotermos» hace que gracias a nuestro «termostato central» mantengamos siempre una temperatura constante pero para conseguirlo. Cuando la temperatura baja se produce de inmediato una «vasoconstricción periférica» para asegurar la función de nuestros órganos vitales. Así, se produce una disminución franca de la temperatura en todas las partes distales de nuestro organismo: los pies, las orejas, los ojos, la nariz, la boca y las manos, fundamentalmente. Precisamente para evitar las posibles hipotermias de estas zonas es fundamental tener en cuenta la «sensación térmica» más que la temperatura ambiente. La piel, que es el órgano más extenso de nuestro organismo, con más de 2 metros cuadrados de superficie, cuenta con una delgada capa de unos milímetros, que se denomina «capa de abrigo» o «capa límite», que es la que nos sirve de aislante y protección frente a la temperatura externa. El aire, la velocidad del viento y la humedad hacen que esta capa límite adelgace y que nuestra sensación térmica sea inferior a la temperatura ambiente, unos 3-4 grados menos, por lo que deberemos abrigarnos más para estar preparados: gorro, orejeras, gafas protectoras como las de sol, bufanda, guantes y calcetines con el calzado adecuados en cada caso. Es fundamental que si salimos a la calle lo hagamos en «capas de cebolla», es decir, con varias prendas de vestir por debajo del abrigo, que es el que evita que el frío entre en nuestro cuerpo, mientras que el resto de las capas nos sirven para evitar que perdamos nuestro calor interno. Y siempre con el calzado adecuado y un bastón o un paraguas, no para protegernos de la lluvia o la nieve, sino para que nos sirva de punto de apoyo.