La Razón (Andalucía)

El efecto Miguel

- Jaime Castilla Llorente

Miguel es escritor y poeta, además de otras cosas. Entre ellas es un erudito de la Historia. Puede llegar a divagar con la frondosida­d de un bosque boreal lo mismo sobre la fundación de la ciudad de Ur que sobre la decadencia y esplendor del Siglo de Oro. Y suele hacerlo con más ardor si hay unas copas de por medio; ron añejo en su caso. Algo que, como tantos buenos ritos del pimple, ya no ocurre más que a través de una pantalla. Y como buen conocedor de lo que los siglos han visto hacer al ser humano, propugna que una vez vencida esta pandemia una corriente de optimismo, desenfreno y creativida­d infinita recorrerá el planeta Tierra. Los Felices Años Veinte son su referencia. Es lo que yo llamo «el efecto Miguel». Y aunque después de aquella década llegó un horror mucho peor que el que la precedió, no sienta mal creerlo estos días. Cuando él lo cuenta transmite la calma del que está en su primer día de vacaciones. Tras la cogobernan­za debe llegar la cogorza, que es una palabra más corta, más sana y la entiende todo el mundo menos los abstemios y los musulmanes. A ejercer la primera desde el otro lado se ha ido el ex ministro y candidato cuyo camino desde el Paseo del Prado hasta la Plaza de Sant Jaume alfombran de algodones los pastorcill­os del PS. Después de esta bucólica despedida podrá poner en práctica, si son mayoría los que encuentran razones para votarle, lo aprendido mientras ha «servido con honor a los españoles». Entre los muros muros góticos del Palau de la Generalita­t le será más difícil intuir a esos españoles, sobre todo mientras busca compañeros de piso. Pero si alguien ha sido capaz de hacer crema del caldo de las autonomías es sin duda Illa. El ministro de la democracia que más ha apurado los límites de la arquitectu­ra del Estado. Tanto que los dos padres de la Constituci­ón que quedan vivos deben de estar impresiona­dos. La lástima es que en el momento de irse deja claro que en vez de hacer uso honrado del sistema más bien se ha aprovechad­o de él. Abandona a las comunidade­s llenas de coronaviru­s y sin vacunas. Ya decía Sócrates que los filósofos no hacen bien a la política. Lo bueno es que ya explica el doctor Simón que esta tercera ola crestada de ucis a rebosar, que vomitan los muertos de quinientos en quinientos, es por culpa de la irresponsa­bilidad de la gente. La gente siempre son los otros y además el buen doctor hace tiempo que dejó de ser parte de la gente, ahora es el Gobierno. La Generalita­t ha decidido finalmente no levantar las restriccio­nes de movilidad para permitir la asistencia a los mítines electorale­s, pero en ellos sí estarán los políticos independen­tistas condenados. La cosa es hacer ruido, el mayor arma política de nuestro tiempo. De momento cogobernan­za y efecto Illa. Habrá que esperar a la cogorza del efecto Miguel. Después de cien años al menos las dos décadas se parecen en el inicio. Ese es el triste consuelo. Aunque quién sabe, igual las redes sociales lo ensucian. Como hacen con todo.

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