Antiguos y modernos
Hay que ver la fascinación que provoca en el ser humano la palabra «nuevo». Quizá sea un efecto colateral de la sociedad de consumo, pero basta pronunciar el adjetivo «nuevo» para conjurar la confusa idea de considerarlo sinónimo de un posible futuro mejor. Hace unos años, debido a la habitual superstición numérica de cambio (que siempre transportan consigo los principios de siglo) se empezó a hablar de cosas como los «nuevos modelos de negocio» o «los nuevos partidos que iban a traer una nueva política». En pocos años se ha visto que el motor y comportamientos de los «nuevos modelos de negocio» no eran otros que los mismos viejísimos motivos que durante siglos empujaron las transacciones desde la antigüedad: aprovecharse de las propias posiciones de poder para obtener beneficio y, también, tener poca compasión para con las perdidas del otro. O sea que, de nuevos, nada. Más viejos y repetidos que la humanidad.
Otro caso similar ha sido el de la «nueva política». Se buscaba una regeneración moral para sanear los vicios administrativos de los gobernantes. Pero las conductas de la supuesta «nueva política» estamos viendo que terminan copiando punto por punto los patrones más cínicos de la vieja política de todos los tiempos; un ejemplo claro es la eterna tentación de los gobernantes de atribuirse unos privilegios que les permitan escapar de las investigaciones y reclamaciones judiciales que nos afectan a todos.
Existen dos maneras básicas de entender las refundaciones, reformaciones y renovaciones que propone y permite la política. Frente a la contemplación de unos
Las conductas de la «nueva política» copian los patrones más cínimos de la «vieja política»
que abusan de otros, una manera de cambiarlo es invertir el sentido del abuso y que los otros pasen a abusar de los unos. La otra manera (la decente) es trabajar para acabar con los abusos generales y privilegios inmerecidos. Los números cantan y nuestro país se caracteriza por una cifra anómala y excesiva de aforamientos que termina por convertirnos en la excepción dentro de un panorama europeo mucho más saneado en ese sentido, donde los privilegios no se reparten con tanta alegría.
Es curioso constatar como a muchos de aquellos protagonistas de la «nueva política», que clamaban contra los privilegios y aforamientos de los poderosos antes de llegar a posiciones de mando, les entra una pereza enorme para suprimirlos en cuanto alcanzan algún poder. Por ese camino, es hilarante ver a Pablo Iglesias convertido, al fin y al cabo, en un conservador. Parece que quiere conservar los aforamientos. Bien sea porque la elasticidad de su mente participa de una curiosa valoración cambiante de las cosas según le afecten a él, bien sea porque las nociones que tiene del adjetivo «nuevo» significan en su caso «lo de siempre», el resultado inmediato es que se lanza con un impulso irresistible por encima de la tapia que separa el jardín de la casta de los demás mortales, para habitar directamente en ese jardín de privilegios. Yo no sé si existe casta o es una simple figura literaria, pero debería ser el inventor de la figura quien nos diera explicaciones sobre ella, sobre sus límites, sobre dónde empieza y donde acaba. Porque lo que todos sabemos a ciencia cierta es que existen unas elites de poder y de su comportamiento justo dependen muchas cosas de nuestro futuro.
Os dirán que esos privilegios se dan en todas partes. No es cierto. Que no os engañen. Aquí más. La frialdad de las cifras es de una obscenidadineluctable.Yquién no se ponga a ponerle solución, encontrándose en el lugar que le permitiría tomar iniciativas para hacerlo, no puede negar que forma parte del problema.
Os dirán que esos privilegios se dan en todas partes. No es cierto. Que no os engañen