Las lecciones del viaje de Borrell
Lo que debería haber sido una visita normal de carácter diplomático a Moscú de Josep Borrell ha dado lugar a una tormenta política y mediática sin precedentes. El representante de la UE ha tenido que dar explicaciones en el Parlamento Europeo, se ha visto obligado a justificar con detalles los componentes políticos de su estancia en Moscú, y ha llegado a reconocer que los resultados no eran los esperados y más satisfactorios. A pesar de todo, y también de las peticiones de dimisión, la visita en sí tiene un carácter anecdótico y, aún más, en poco tiempo se interpretará como un mero avatar de la diplomacia europea. Lo realmente importante es determinar cuál debe ser el marco de las relaciones entre la UE y Rusia y si cabe algún tipo de entendimiento. Las críticas a la visita de Borrell no pueden oscurecer la valiente decisión de acudir a una cita en un momento especialmente delicado de las relaciones entre ambas partes, que se han visto enturbiadas al fragor de la detención y condena de Alexei Navalni, cuyos postulados políticos han desatado los nervios en el omnímodo poder de Moscú.
La visita y las posiciones que ha expresado Borrel han sido pragmáticas y sirven para calibrar hasta dónde está dispuesto a llegar Putin en su diálogo, entendimiento y cooperación con Bruselas. Una de las mejores enseñanzas de este episodio será que los Estados miembros de la UE deben otorgar al Alto Representante la capacidad de actuar con mayor autonomía y, por lo menos, que no entorpezcan con medidas contradictorias y en función de los intereses nacionales el objetivo básico de la UE: la búsqueda de un espacio de diálogo permanente con Moscú que se aleje de la política de sanciones, pero asentando sólidamente en la defensa de los regímenes democráticos.