La Razón (Andalucía)

El fin del estado

- Jaime Castilla Llorente

La Galería era el mejor garito de Madrid. El clásico tugurio angosto y oscuro que siempre olía a alcohol derramado y cuya hora de cierre era tan difícil de adivinar como las figuras entre el humo durante las grandes noches, porque allí se fumaba de todo. No hubiera desentonad­o en una secuencia de alguna peli de Scorsese. La pared era de ladrillo desnudo y en la primera salita había un cuadro de una fotografía de la chusta de un porro pisada entre dos adoquines de una calle cualquiera. La música siempre era rock y entre camellos, estrellas del pop tuertas en pleno auge y quinquis de todo pelo unos cuantos chavales que al principio se hacían pasar por mayores de edad echamos muchos buenos ratos. A veces al salir a la calle, después de unas cuantas horas dentro, el cuerpo sufría un proceso de descompres­ión. Como si el interior de ese antro pertenecie­ra a otro estado de la materia. Dentro existía una sublimació­n cristalina de la mente que al salir se convertía en gas, en el éter de los griegos.

El edificio de La Galería ya no existe, ahora sobre sus cimientos hay un edificio de pisos de lujo. Aunque cerró antes de que tirasen la vieja casa alargada, memoria en piedra y yeso del pueblo separado de la capital que había sido aquella zona en otros tiempos, cuando llegaron las grúas pusieron fin a un estado muy particular que solo podía darse en su forma original. Esa nostalgia tabernaria ha sido lo mejor que ha provocado esta campaña, lo segundo mejor es leer las justificac­iones alocadas y desternill­antes que los opinadores de izquierdas tratan de buscar al tortazo electoral de los tres partidos de ese lado.

Básicament­e se reducen a que los madrileños son bobos y han sido engañados por una hábil manipulado­ra que, curiosamen­te, hace no tanto era una pirada sin inteligenc­ia ninguna. No parecen entender que la gran mayoría de las personas honradas prefieren tener un trabajo a una ayuda del estado y que la salud y la libertad no son patrimonio de ninguna ideología. Tan desquiciad­os están que a la peor vicepresid­enta de nuestra historia se le ocurre relacionar la libertad y los partidos de Madrid con el holocausto nazi, que es lo mismo que decirlo de sus votantes. Si no sirve para que dimita, porque en este gobierno sólo dimitió el pringado de Màxim, al menos debería servir para no ponerle un micrófono delante nunca más. Y encima utiliza el bar como crítica cuando su partido fue fundado en uno. Todos ellos parecen haber olvidado con el bofetón madrileño la regla principal del póquer que sirve también para escribir o gobernar: los sentimient­os hay que dejarlos fuera de la mesa.

En Madrid se ha puesto fin a un estado de desconfian­za y ahora surge uno nuevo de optimismo. Lo que también termina este domingo es el estado de alarma. En Andalucía las discotecas podrán abrir hasta las 2:00 y tener pista de baile al aire libre. En cualquier esquina podrá uno encontrars­e a un grupo de gente bailando en la calle en un éxtasis parecido al de recitar los 108 nombres sagrados de la diosa Devi. Jai Ho!

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F. PASTELLO

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