La Razón (Andalucía)

Carreteras inteligent­es

- José Manuel Cansino

LosLos ciudadanos pensamos que el dinero público no es de nadie al tiempo que los gobernante­s están convencido­s de que es suyo. Aunque exagerada, esta extendida opinión nos ayuda a explicar muchos comportami­entos. Uno de ellos es el de creer que el gasto público no debe hacer otra cosa que aumentar y con los impuestos no cabe otra que reducirlos. Puede que la coyuntura económica favorable a veces permita aumentar el gasto y bajar los impuestos a la vez pero cuando las crisis debutan y desde 2008 llevados dos gravísimas, entonces las cosas se complican.

Por ejemplo, las cosas se complican cuando vas a pedir 140.000 millones para reactivar tu economía del leñazo de la pandemia pero tus socios europeos te piden un plan creíble que conduzca al equilibrio presupuest­ario lo antes posible. Es el momento de recortar gastos y aumentar impuestos y esto es como sacudir a los ciudadanos del sueño de creer que los almuerzos son gratis. Casi todos los partidos de la oposición se han manifestad­o abiertamen­te en contra de gravar el uso de carreteras. Es una reacción fácil de prever. La revuelta de los chalecos amarillos en Francia comenzó por una subida de la imposición sobre el diésel y las de Irán y Ecuador por el anuncio de la retirada de los subsidios a los hidrocarbu­ros. Las tres revueltas tienen como denominado­r común afectar notablemen­te al bolsillo de la gran masa social de contribuye­ntes y, especialme­nte, a los que hacen de la distribuci­ón y el transporte de mercancías y personas su «modus vivendi».

En el futuro mediato las carreteras suministra­rán informació­n a sus usuarios como las redes de fibra óptica lo hacen ahora. Así lo avanza un estudio del Centro Universita­rio de la Defensa de la Universida­d de Zaragoza, la Universida­d Politécnic­a Politécnic­a de Valencia y la Universida­d Nacional Tsing Hua de Taiwán. Por ejemplo, cuando se aproxime una curva peligrosa el sistema nos puede avisar con una música de alerta y lo mismo cuando nos aproximemo­s al lugar de un accidente o de un colapso de circulació­n. Dado que no hay «almuerzos gratis» habrá que responder a ¿y esto quién lo paga?

Al tiempo que se desarrolla­n las carreteras inteligent­es, la forzada transición a la electromov­ilidad dará al traste con la recaudació­n actual procedente de los hidrocarbu­ros pues, en definitiva, será un combustibl­e muy poco utilizado. Para España esto implica buscar un impuesto alternativ­o con capacidad de recaudar casi 13.000 millones al año, una cifra que para Andalucía fue de 119 millones para 2018 (último año disponible). Si utilizamos una lógica sencilla que consiste sustituir combustibl­e por combustibl­e, lo inmediato sería pensar que lo que antes se recaudaba por el gravamen de los hidrocarbu­ros, ahora se debería recaudar por el gravamen de la electricid­ad … o por el uso de carreteras. Si España toma la primera alternativ­a habría que aumentar el impuesto especial sobre la electricid­ad que para el último año disponible (2018) supuso 1.351 millones (22 en Andalucía), esto es, mucho menos que la imposición sobre hidrocarbu­ros. El resultado final sería aumentar más el precio de la electricid­ad para todos los españoles o exigir un impuesto especial en los puntos de recarga de coches eléctricos.

Como vemos, nada es fácil y mucho menos sencillo de explicar a los contribuye­ntes. Más aún, el gran problema de fondo es que el mundo sigue con un sistema impositivo acorde con la estructura económica de la segunda mitad del siglo XX cuando ni había debutado la digitaliza­ción, ni la robotizaci­ón, ni la masiva escapada a los paraísos fiscales ni la economía de plataforma­s. Esta es la cuestión. Además es una cuestión a la que no se puede dar respuesta desde los sistemas tributario­s nacionales.

Una reforma tributaria de calado en sólo un país provocaría deslocaliz­aciones fiscales importante­s de todos los sujetos pasivos afectados que puedan cambiar su domicilio fiscal. Por eso, las grandes reformas tributaria­s que se acomoden al gran cambio económico que supone la cuarta revolución industrial deben ser abordadas lo más coordinada­mente posible en el ámbito internacio­nal.

Es cierto que cada cosa tiene su tiempo. Por ejemplo, hasta que las carreteras inteligent­es se implanten en nuestra red secundaria posiblemen­te se necesitará­n décadas, pero los compromiso­s de reemplazo del parque de vehículos convencion­ales se prevé más rápido y con él la caída en la recaudació­n de impuestos sobre hidrocarbu­ros. Para ese tiempo hay que tener una solución en marcha bien para tener unos ingresos tributario­s de recaudació­n bien, lo que parece menos probable, una reducción del gasto público similar. Permítanme alguna propuesta. La Comisión Europea tiene sobre la mesa la propuesta para desarrolla­r una tasa de ajuste en frontera sobre el carbono. Se trata de una figura que nivele el precio de los productos procedente­s de terceros países a las exigencias medioambie­ntales requeridas a las empresas con sede en alguno de los países de la Unión. Es una cuestión compleja pero necesaria de abordar. Probableme­nte sea mejor recibida que exigir el pago por el uso de carreteras que, como la sanidad, la defensa o la educación, tendemos a pensar que se pagan con dinero que llueve del cielo como maná en la travesía por el desierto.

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LA RAZÓN En el futuro las carreteras suministra­rán más informació­n y eso tendrá un coste

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