La Razón (Andalucía)

Un prosista disidente y rebelde

- Luis Antonio de Villena

Conocí a Pepe Caballero en 1974. Tenía yo casi 23 años y él casi 48. Era entonces un escritor que trabajaba mucho, porque tenía que sacar adelante una familia, con una mujer muy guapa, la mallorquin­a Pepa Ramis. Pepe me llegó por la amistad de Paco Brines, pues ellos en la época vivían literalmen­te al lado. Caballero acababa de disfrutar las mieles de su primer gran éxito literario, la novela «Ágata «Ágata ojo de gato», que era barroca y acaso algo aún dentro de las renovacion­es narrativas que había propiciado el ya no nuevo «boom» latinoamer­icano. Pepe (con ascendente­s cubanos) se sintió cerca siempre de lo español de allá, cosa que me gusta. Siempre recordaba su etapa joven en Colombia. Lo cierto es que entre los narradores y poetas de la muy nombrada –luego– Generación del 50, Caballero Bonald, muy integrado en ella, era de los menos conocidos. Y a partir de «Ágata», y no poco tiempo, sería más conocido como prosista que como poeta.

Veo siempre como distintos al Pepe de los años 70 y 80 (todavía no plenamente reconocido) y al hombre ya mayor de los mediados 90 y adelante, cada vez más valorado y premiado. El Pepe trabajador de la pluma, y el Pepe con vagos aires de señorito andaluz –que no era–, izquierdis­ta y jerezano. Aunque al principio dijera que Jerez era una de las ciudades más incultas de España. Su casa natal había sido derribada (le molestó), pero en ese solar se terminó edificando su Fundación,

que era muy cuidada. Aunque Caballero Bonald sufrió y gozó ese peculiar rasgo gerontófil­o de la cultura española, que mima a los viejos y descuida a los jóvenes, en su caso había una certeza: la obra (y más en la poesía) de Pepe Caballero ganó notablemen­te con los años. Sus libros primeros, desde «Las adivinacio­nes» (1952) hasta «Descrédito del héroe» (1977), donde empieza para mí su mejor lírica, quedan globalment­e algo por debajo de su obra de madurez, casi vejez, como «Diario de Argónida» (1997), del que escribí encantado, o «Manual de infractore­s» (2005), cimas de su obra poética, creo, recogida toda en el tomo «Somos el tiempo que nos queda», octubre de 2007. Al tiempo, Pepe seguía siendo un

«Veo siempre distintos al autor de los años 70 y 80 y al hombre ya mayor de los mediados 90, cada vez más valorado y premiado»

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