La Razón (Andalucía)

La cárcel de Instagram

- Marta Robles

MeMe cuenta una amiga que des-de des-de que se separó dedica a las re-des re-des tres horas diarias. « A veces cuatro», me confiesa. « Aun-que Aun-que me niego a contarlas, por-que por-que ¿qué tiene de malo?».Le pregunto si es muy activa. Si sube muchos stories y publica muchas noticias en su muro…, pero parece que no, que lo que le gusta es mirar. « Pero no miro cosas raras, ¿eh?» –me dice para consolarse de su ob-sesión ob-sesión por seguir la vida de otros, tratando de mirar de re-ojo re-ojo los reels que no puede ver mientras conversamo­s–.

Instagram ha dignificad­o el voyerismo no sexual. Ahora parece que andar fisgoneand­o los comportami­entos ajenos es parte de la normalidad. In-cluso In-cluso otorga una cierta impor-tancia impor-tancia a los que lo hacen, por-que por-que sin ellos, los que enseñan no obtendrían su recompensa:

«Ha dignificad­o el voyerismo no sexual; fisgonear es normal»

ese like, ese comentario, ese saber que hay alguien interesado interesado en lo que exhiben. Aunque Aunque parezca que los que muestran muestran están más valorados socialment­e que los que miran, miran, lo cierto es que ellos viven igual de pendientes de las redes. redes. Según los expertos, en muchos casos es una forma de engañar a la soledad. O de difuminar difuminar los vacíos de la propia existencia. Sin embargo, no suele resultar efectiva, ni en un caso ni en otro.

Y no solo porque los amigos en las redes suelen ser efímeros, efímeros, sino porque centrarse en lo que hacen otros nos hace sentir fuera de lugar, y buscar la atención de los demás termina termina creando dependenci­a de ella. Son dos celdas distintas, pero una sola cárcel. La cárcel de Instagram.

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