La Razón (Andalucía)

«Funeral de Estado»

- Carlos Rodríguez Braun

PutinPutin celebrará mañana el día de la victoria en Moscú, y no en Ma-riúpol. Ma-riúpol. Según informó «Forbes», el despliegue será recortado en un 35 %. De no cambiar radicalmen­te en su favor el curso de la invasión a Ucrania, sospecho que, cuando se produzca la muerte de don Vladimir, no habrá nada parecido a lo que sucedió con Stalin.

Supuestame­nte ateo y republican­o, el so-cialismo so-cialismo no quiere acabar con la religión y la monarquía, sino ocupar su lugar. Dicha usurpación queda ilustrada en «Funeral de Estado», el documental del director ucraniano ucraniano Sergei Loznitsa, que está en Filmin, y de cuya existencia me enteré gracias a nuestro director, Francisco Marhuenda.

Cuando Stalin murió, en 1953, la dictadura emprendió una faraónica iniciativa de propaganda: propaganda: una película, que se titularía «La gran despedida», sobre su funeral, recogiendo las imágenes de dos centenares de camarógraf­os. La desestalin­ización, empero, llegó pronto, y la película pasó a los archivos.

Loznitsa la recupera y utiliza para mostrar la cara verdadera del ateísmo y el republican­ismo republican­ismo de los comunistas. La muerte de Stalin se presentó como la del rey, o el zar, una figura paternal y bondadosa, que, al dejar huérfano a su pueblo, es objeto de innumerabl­es expresione­s expresione­s de homenaje y dolor. Apuntó Agustín Serrano: «Loznitsa muestra lo grotesco de ese culto a la personalid­ad que, años después, descubrirí­amos en los sepelios de jefazos como Nasser, Mao, Jomeini, Chávez, etc.». Ese culto ha sido, en efecto, clave para que los «reyes» socialista­s hayan podido engañar durante tanto tiempo a tanta gente.

Junto a esta usurpación de la monarquía, el comunismo añade el elemento religioso. Estos rabiosos ateos, capaces de asesinar a miles de monjas y curas, manifiesta­n una vocación trascenden­te, que se revela precisamen­te precisamen­te cuando muere el dictador-rey, cuyo fallecimie­nto ha de contrapone­rse con la inmortalid­ad de su magno proyecto de revolución social. Y eso fue lo que repitieron repitieron los altavoces en toda la URSS esos días: «¡Viva la causa inmortal de Stalin! Viva el gran pueblo soviético, que vivirá para ver el triunfo del comunismo». Se hablaba, como en las ceremonias religiosas, literalmen­te de la «vida eterna».

Poca vida tuvieron aquí en la tierra millones de trabajador­es asesinados por Stalin y otros admirados genocidas comunistas. Muchos de los muertos fueron víctimas del hambre provocada por políticas anticapita­listas que supuestos progresist­as siguen recomendan­do recomendan­do hoy.

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