La Razón (Andalucía)

Putzi, el pianista que «educó» a Hitler

- Concha García

EsEs quizá el mayor riesgo del mal, su capacidad de engañar. Cuántas figuras o teorías perversas han calado en gran-des gran-des masas a través de un disfraz, o hasta qué punto es fácil apelar a la condición humana cuando se ha come-tido come-tido un irrevocabl­e error. De este juego con la inocencia, o la ignorancia, nace la gran pregunta: ¿fue Ernst Hanfstaeng­l un payaso, un bufón o un agente del mal? La historia de este hombre debería aparecer más en los libros de Historia: su papel fue crucial durante el régimen de Adolf Hitler, pero se las ingenió con tal de terminar a un lado de la memoria. Por ello, el reputado periodista e historiado­r francés Thomas Snégaroff ha decidido recuperar su fi-gura fi-gura en « Putzi. El confidente de Hitler» (Seix Barral). Recuerda estar investigan­do en unos archivos de Múnich «cuando encontré una frase escrita por Hanfstaeng­l –su apodo era Putzi, que a pesar de medir dos metros, significa «hombrecito», en bávaro– realmente reveladora. En plena noche, cuando estaba exiliado en Estados Uni-dos, Uni-dos, escribió en un diario íntimo ‘‘A. H. es mi vida’’, es decir, ‘‘Adolf Hitler es mi vida’’. En todo momento sentía un afecto muy potente hacia el Führer», explicaba ayer el autor a la Prensa. Es eso, por tan-to, tan-to, lo que refleja la novela: la vida de Putzi, marchante de arte en el Nueva York bohemio de los años 20, músico en su tiempo libre y que se convertirí­a en el confidente y pianista de Hitler antes de que, cuando pierde el favor del Führer, se exilie a Estados Unidos y se convierta en informante de Roosevelt, aunque sin nunca perder el afecto hacia el dictador alemán.

Explica Snégaroff que « Putzi tenía una fantasía. Era americano por parte de madre y alemán por su padre, y románticam­ente Hitler era para él el agente de reconcilia­ción entre esos dos países respecto respecto a un enemigo común judío-bolcheviqu­e». Por ello el pianista siempre se mantuvo –a veces en secreto– del lado del mandatario nazi, así como aportó a Hitler «muchas cosas que no tenía, como las redes financiera­s importante­s, el dinero o la revista del partido nazi, que gracias a Putzi se convierte en una maquinaria de guerra», continúa el historiado­r, que añade que «hizo crecer al Führer desde un punto de vista político, artístico y cultural». Todo ello, en un principio, matiza el periodista, «sin ninguna ideología. Cuando se declara la Segunda Guerra Mundial, hace lo imposible para escapar del servicio militar, mientras que sus dos hermanos van y mueren. Esa ausencia ideológica se traduce en culpabilid­ad, y cuando conoce conoce a Hitler se activa algo muy importante en su interior, como si hubiese encontrado en este el consuelo de su lamento por no haber fallecido como sus hermanos». Por tanto, el confidente y pianista, la única persona en la historia que pudo susurrarle tanto a Hitler como a Roosevelt –a este último, ante todo, como forma de salvarse la vida–, «no fue un gran ideólogo, aunque la última página del libro recuerda por qué no queda ausente del todo de dicha ideología», adelanta Snégaroff.

La novela, la primera del autor, se publicó en el extranjero en octubre octubre de 2020, un mes antes de las elecciones americanas. «Soy especialis­ta especialis­ta en los Estados Unidos, y al escribirlo me di cuenta de que hay una historia muy profunda entre América y Alemania. Las Leyes de Núremberg se construyer­on sobre el modelo de las de segregació­n racial estadounid­enses. Podemos comprender las raíces del trumpismo trumpismo en esta historia, que son las del miedo de la disección de la raza blanca», continúa Snégaroff, «no hay problema hoy día en ver en la vida política este discurso supremacis­ta de odio en las minorías. Roosevelt tenía unas ideas horrorosas respecto a los emigrantes del sur, que iban a manchar la raza blanca, aunque todo esto con el nazismo cobra otra dimensión». Plantea, por tanto, tres lecturas en la obra: « La historia de Putzi, que es alucinante, la del fascismo a nivel internacio­nal, y narrar la memoria alemana, lo que me permite permite explicar cómo el tiempo hace bien o mal su trabajo».

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A la izquierda, Ernst Hanfstaeng­l, apodado Putzi, junto a Adolf Hitler y Hermann Göring

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