La Razón (Andalucía)

«Romeo y Julieta», el drama de las pasiones juveniles que no cesa

► Shakespear­e volcó en esta obra la tragedia de un amor imposible y convirtió a los Montescos y los Capuletos en el paradigma de las familias enfrentada­s

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A Baz Lurhman le llovieron insultos insultos y maldicione­s cuando adaptó esta obra del bardo británico y se imaginó al idealizado Romeo como un juvenil Leonardo DiCaprio DiCaprio con pistola automática y camisa camisa hawaiana. A eso había que sumar el agresivo montaje, los caricature­scos caricature­scos gestos, más propios de un cómic que de las tablas de un teatro, la inusual velocidad que imprimió a diversas partes de la película (al igual que sus efectistas ralentizac­iones) y visualizar a los Montescos y los Capuletos como unas bandas angelinas de muy malos gestos y compostura­s.

Lo cierto es que el director cobró cobró por todas partes y los puristas hicieron gala de por qué se les llama puristas. Sin embargo, el filme, vilipendia­do por unos y otros, enganchó con los jóvenes igual que un vídeo de TikTok hoy. ¿Por qué? La respuesta es evidente: evidente: era violenta, era romántica y mostraba a las bravas lo que fue aquel romance en realidad.

Un amor que la poesía convirtió convirtió en literatura, pero que el sentido sentido común todavía lo identifica como uno de esos calentones juveniles. juveniles. Lo cierto es que el cureta de la obra se lo suelta a Romeo sin andarse con demasiadas cortapisas. cortapisas. A golpe de buenas palabras, le comenta que se encapricha de una y de otra sin que hubiera mediado mediado entre una y otra ni medio día. Y claro, así no hay manera de que prospere una pareja. Vamos, que el alzacuello­s le ha pillado el truco al chico, que iba más desbocado desbocado que un campamento de reclutas y se había dado cuenta de que todavía no tenía demasiado demasiado claro la diferencia entre amor y lujuria, una frontera que en ocasiones ocasiones resulta difícil de distinguir. Con este drama, el público empezó empezó a darse cuenta de que Shakespear­e Shakespear­e a lo mejor sí que tenía algo que contar en el teatro. Y razón no le faltaba en esta ocasión a la platea, platea, sobre todo, por lo que ya se estaba viendo de él en los escenarios. escenarios. Este éxito sería un detonante, detonante, un antes y un después, y un buen indicador de un escritor que acabaría siendo un clásico.

La herencia española

Con evidentes parecidos con la leyenda de Píramo y Tisbe, William Shakespear­e se marcó un tanto con esta obra, datada en la década de 1590 y de claros tintes caballeres­cos. caballeres­cos. No viene mal destacar aquí que Fernando de Rojas, que toca el mismo tema en « La Celestina», había dado a la historia un punto más realista y moderno, que por entonces éramos potencia cultural, cultural, y descalabró a Calixto cuando subió por una temblorosa escalera escalera para encontrars­e con su amante. amante. En España se ve que ya habíamos habíamos despeñado el amor cortés por el mayor de los precipicio­s a base de reírnos de él por lo irreal y por lo ridículo que era, pero el inglés, de eso no se había enterado, así que hizo que Romeo se comportara comportara según los cánones prescritos. Lo mejor de la función es Mercucio, Mercucio, un personaje que, si atendemos atendemos a lo que decían las malas lenguas, lenguas, el autor lo tuvo que matar porque, si no lo hace y de vivo que le había salido, la invención lo habría habría terminado matando a él. La obra sigue siendo moderna, no por el marco cortés, no por el enfrentami­ento enfrentami­ento de las familias, sino porque, al parecer, los adolescent­es adolescent­es han evoluciona­do poco desde el siglo XVI hasta hoy.

J. ORS

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Portada de la primera edición de la obra, que se editó en 1597, aunque se representó antes

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