La Razón (Andalucía)

Clarividen­tes climáticos

- Jorge Fernández Díaz

LaLa ecososteni­bilidad es uno de los mantras que la nue-va nue-va política ha impuesto en el lenguaje y que sirve para casi todo. Lo «ecososteni­ble» es un concepto que no puede faltar en todo discurso que pretenda ser políti-camente políti-camente correcto, y no verse sometido a las consecuenc­ias de su indiscipli­na respecto a la dictadura del relativism­o y la corrección política.

Estos días, ante la ola de calor extremo que estamos padeciendo con la secuela del gran número de incendios foresta-les, foresta-les, ya no hay responsabi­lidad política alguna por parte de quienes tienen el deber de prevenirlo­s. Pedro Sánchez lo ha expresado con toda claridad al afir-mar afir-mar que «el cambio climático mata», y los negacionis­tas climáticos tienen que asumir su responsabi­lidad al oponer-se oponer-se a las políticas medioambie­ntalistas. Como vemos, éstas sirven «para un roto y un descosido», o sea, para todo. Al pa-recer, pa-recer, los pirómanos ya han desapareci-do desapareci-do oficialmen­te pese a que se acredita su participac­ión directa en no pocos de los fuegos actuales, y el ecologismo extremo es acusado de entorpecer el habitual y necesario limpiado de los montes que es imprescind­ible para la prevención.

En cuanto al cambio climático, conviene conviene recordar que desde que existe el mundo y en concreto nuestro planeta Tierra, el clima ha ido cambiando, no siendo en absoluto una constante en la ecuación, sino una variable. Es una realidad realidad que los cambios climáticos han sido una de las causas fundamenta­les para explicar la desaparici­ón de algunas especies, al igual que el hombre no pudo vivir en la Tierra hasta que no existió un clima benigno compatible con su existencia. existencia. Pero no es razonable escrutar el cambio climático tras cada uno de los episodios que éste produce. Hace tan solo dos años que conocimos la borrasca Filomena, y no se atribuyó su llegada como precursora de una nueva era glacial, glacial, ni tampoco como consecuenc­ia del calentamie­nto global.

Con ocasión de la actual ola de calor extremo no solo en España sino en gran parte de Europa, los discursos apocalípti­cos apocalípti­cos abundan, pero también afloran informacio­nes respecto a precedente­s olas similares en la Historia que no significar­on significar­on el final del mundo. Así, por ejemplo, hemos conocido que en Zaragoza Zaragoza en 1935 se alcanzó una temperatur­a temperatur­a de 52º, lo que mereció que el « New York Times» se hiciera eco del suceso; al igual que en Madrid en agosto de 1957, calificánd­ose como «la mayor del siglo». Ahora se titula a toda portada que «el clima ruge lo que demuestra el rápido avance del calentamie­nto». Sobran profetas profetas y clarividen­tes climáticos y escasean escasean los auténticos expertos. No como los del Gobierno en la pandemia.

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