Premio a la honestidad
SegúnSegún la ultimísima doctri-na doctri-na del socialismo hispano, la inhabilitación y la cárcel son el premio a la honesti-dad. honesti-dad. No por otro motivo han sido condenados, al parecer, Cha-ves Cha-ves y a Griñán, ambos ex presidentes de Andalucía y, en su decadencia, del Partido Socialista Obrero Español. Por honestos, sin duda, porque, según se sostiene por esa misma doctrina, ellos no tuvieron nada que ver con la co-rrupción co-rrupción en que derivó el sistema an-daluz an-daluz de los ERE, pues lo que preten-dían preten-dían era reafirmar «la paz social». De poco vale el reproche social que supu-so supu-so su condena por la Audiencia Pro-vincial Pro-vincial de Sevilla, ahora ratificada por el Tribunal Supremo, porque, como expresó Zapatero en la campaña elec-toral elec-toral andaluza, los socialistas sienten «orgullo de Escuredo, orgullo de Ma-nolo Ma-nolo Chaves, orgullo de Griñán, orgu-llo orgu-llo de Pepote Rodríguez de la Borbolla y orgullo de Susana Díaz». Y con tanto revoltijo de soberbia no cabe una piz-ca piz-ca de racionalidad en ese partido.
La corrupción política es un asunto que, en España, ha sido tergiversado con fines electoralistas –aunque sabe-mos sabe-mos que su incidencia sobre las deci-siones deci-siones de voto es mínima– por quienes no han sabido rellenar su discurso con otros asuntos susceptibles de discu-sión discu-sión racional, seguramente porque estaba fuera de su alcance intelectual formular propuestas y reformas que pudieran haber hecho mejor la vida de los ciudadanos. Y en ello han teni-do, teni-do, sin duda, un relevante papel los jueces que han dilatado los procedi-mientos procedi-mientos hasta la eternidad, olvidando que, según sentenció Séneca, «nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía».
Porque, digámoslo claramente, esa corrupción es inherente al poder po-lítico po-lítico y se manifiesta principalmente en el ámbito local y regional. Pasen ustedes revista a los casos que se han planteado durante las dos últimas dé-cadas dé-cadas y descubrirán que, con diferen-cias diferen-cias mínimas, en todos los partidos que han gobernado ha habido el mis-mo mis-mo nivel de depravación putrefacta si la medimos con relación al número de votantes de cada uno de ellos. Claro que en el PSOE y en el PP esto ha sido más notorio. Pero ello no es sino un signo de su mayor poder. Y si quieren ejemplos de partidos corruptos acuér-dense acuér-dense del GIL, la Unión Mallorquina o el Partido Andalucista. Eso es todo.