La Razón (Andalucía)

La venda en la herida

- Sabino Méndez

MuchasMuch­as veces, si uno se eleva a una buena altura y examina las cosas a vista de pájaro, es cuando consigue una visión global de los sucesos más inmediatos. Desde esa perspectiv­a, es interesant­e examinar el reguero de leyes y modificaci­ones legislati-vas legislati-vas que ha dejado nuestro Gobierno a medio cocer justo antes de las vacaciones de vera-no. vera-no. Veamos: ley de seguridad ciudadana, ley del «sí es sí», ley de la vivienda, ley de memo-ria memo-ria democrátic­a, ley del aborto y un etcétera de propuestas que pueden contarse por decenas decenas de iniciativa­s de mayor o menor calado. calado. Todas ellas coinciden en dos denominado­res denominado­res comunes; están incompleta­s o inacabadas y manifiesta­n una clara tendencia tendencia ideológica de borroso «wishful thinking» o buenismo progresist­a. Cabría pensar que, a menos de un año de empezar la ronda de elecciones autonómica­s y municipale­s que desembocar­á en unas nuevas generales, lo que le tocaría hacer a un presidente del Gobierno Gobierno es acercarse al espacio de centro para ganar la máxima cantidad posible de votos. Sin embargo, parece que lo que ha intentado Pedro Sánchez en sus últimas maniobras pre-estivales es precisamen­te todo lo contrario. contrario. Ha acompañado todas estas iniciativa­s iniciativa­s con pomposas afirmacion­es contrafact­uales contrafact­uales y ha escenifica­do una supuesta intención de virar dogmáticam­ente hacia la izquierda. ¿Hemos de creer que esas intencione­s intencione­s son verdaderas? Y, en ese caso, ¿con qué fin las manifiesta ahora y no precisamen­te precisamen­te cuando pudo hacerlo, antes de que se desatara la crisis inflacioni­sta?

Partamos de la base de que estamos hablando hablando de Pedro Sánchez (especialis­ta en

súbitas cambiadas de dirección, sin ruborizars­e, ruborizars­e, antes de que las leyes propuestas boten dos veces en el suelo a la hora de tomar tierra), con lo cual no se puede perder de vista el hecho de que se haya llegado a las vacaciones sin que ninguna de las citadas iniciativa­s legislativ­as legislativ­as esté cerrada del todo. Si desea escenifica­r escenifica­r un viraje hacia el centro en cualquier momento, no necesita más que descafeina­rlas descafeina­rlas a última hora aduciendo causas de sensatez sensatez pragmática y dejando a los pies de los caballos a sus socios ante el votante, como sectarios bienintenc­ionados pero utópicos.

Por otra parte, la visión global de todo ese corpus ideológico a vista de pájaro pone de relieve que el objetivo táctico podía ser doble. doble. En primer lugar, de cara a un más que posible batacazo electoral, esgrimir la manida manida excusa de que han sido los oscuros poderes poderes fácticos los que, asustando a la población, han querido cortar el camino hacia el supuesto supuesto futuro de progreso que sus medidas traerían para el país. Como en el momento actual al ciudadano de a pie lo que le asusta no es ningún poder fáctico sino el recibo de la luz, en caso de que no funcionara esa estrategia estrategia publicitar­ia, queda entonces la apelación apelación al miedo de cara al electorado más soñador pero indeciso. El mensaje sería, en ese caso, que hay que votarle porque todas esas praderas verdes del paraíso «woke», prometidas con sus medidas, corren peligro de no culminarse dado que las olas de la caverna están lamiendo ya los muros de su defensiva coalición. En todo momento, veremos veremos de nuevo como se vuelve a sacar a pasear el espantajo de la «alerta antifascis­ta» y resultará que vuelve a señalarse como franquista franquista hasta a aquel que se le ocurra quejarse quejarse por el precio de la gasolina o de la luz.

Fijémonos principalm­ente en que, en todos los casos, de lo que se trata es de minimizar los daños electorale­s previstos. Hay una clara tendencia en ese sentido que tiñe todos los últimos movimiento­s gubernamen­tales. Con lo cual queda claro que el Gobierno espera una clara recesión para el próximo otoño e invierno, noticia que ha empezado a infusionar­se infusionar­se a todos los niveles para que, cuando haya que reconocerl­o abiertamen­te, dé la sensación de que es cosa de todos y de que no existe un responsabl­e directo de ello.

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