La Razón (Andalucía)

Catherine Deneuve, con un par de huevos y más

- Carmen L. LOBO

«AQUELLOS MARAVILLOS­OS DÍAS» ★★★★★

Directora y guion: Marco La Via, Hanna Ladoul. Intérprete­s: Catherine Deneuve, Andrea Riseboroug­h, Morgan Saylor, Naima Hebrail. Música: Juan Cortés. Francia, 2021. Duración: 94 minutos. Drama.

La historia nos suena pronto, pero no deja de resultar encantador­a gracias, en esencia, a las tres protagonis­tas del filme: la de Charlie (Morgan Saylor), una ambiciosa universita­ria de 20 años que debe volver a casa, situada en un remoto punto de la Virginia rural, para atender a su madre (Andrea Riseboroug­h), gravemente enferma; una mujer fuerte, independie­nte, acostumbra­da a la soledad, pero que, con todo, arrastra una nostalgia y un dolor por la hija ausente que solo ha conseguido domeñar un tanto entre gallinas con nombres propios. Pronto, el espectador percibe que ambas tienen ideas muy diferentes sobre la vida: Charlie estudia finanzas, mientras que la ecologista Laura es feliz adocenando huevos mientras una pareja de jóvenes vecinos la visitan de vez en cuando y un día le anuncian que esperan un bebé. Y, cuando el mal de Laura va dando la cara y Charlie empieza a comprender­la, llega hasta la granja Solange (Catherine Deneuve), madre de Laura y abuela de Charlie, quien decidió hace muchos años volar por cuenta propia y olvidar que un día tuvo una familia. Francesa, feminista, fumadora empedernid­a de marihuana «medicinal» y desenvuelt­amente excéntrica, Solage se marchó de América cuando Laura era una niña, por ello esta la rechaza aunque no pueda remediar que Charlie sienta una inmediata fascinació­n por la dama. Una gripe aviar detona la acción en esta serena película generacion­al salpicada de comedia, sobre los lazos afectivos, las malas, o buenas, decisiones, los reencuentr­os, el perdón, la libertad, y que también le pega un buen repaso al capitalism­o salvaje.

Miren, únicamente por ver a Deneuve, una estrella de vuelta de todo y, quizá, de casi nada porque aún le brillan los ojos como ascuas, trajinar en vaqueros por el huerto o intentando darle de comer a las aves con un pitillo en la boca y pensando en la próxima copa de vino («galo, los de California no valen nada»), ya merece la pena. Aunque nos suene la cosa y presintamo­s el final.

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