La Razón (Andalucía)

«La Era de María Inmaculada»

► Pío XII declaró un año Jubilar Mariano y argumentó que el daño hecho por los pecados de la humanidad iban a ser contenidos por Ella

- Jorge Fernández Díaz Jorge Fernández Díaz. Exministro del Interior

ElEl 8 de diciembre de 1854 fue definido solemnemen­te el gran Dogma de la Inmaculada Concepcion por el Papa, hoy Beato Pío IX. Fue un gran día para toda la catolicida­d que había esperado siglos para que esa verdad de fe fuera reconocida formalment­e como una verdad «divinament­e revelada». En particular, Pío IX quiso reconocer con ese motivo a España como «Nación Inmaculist­a» en la Bula que proclamó para que el primer monumento a la Inmaculada precisamen­te radicara en la Plaza de España de Roma. A destacar que la Urbe en aquel momento era todavía la capital de los Estados Pontificio­s, de los que el Soberano temporal era él, y por tanto tenía plena capacidad para adoptar aquella decisión. Asimismo es oportuno conocer que el Papa motivó su decisión escrita, precisamen­te para agradecer a España su esfuerzo continuado durante siglos para que «amaneciera el día en que esa verdad fuera universalm­ente reconocida por la Iglesia católica». La propia Historia de España ratifica nuestra tradición Inmaculist­a que se remonta al Rey visigodo Wamba que en el XI Concilio de Toledo proclamó su devoción a la «Purísima Concepción de María». Le siguieron en esa devoción una larga estela de monarcas hispanos : Fernando III el Santo, Jaime I el Conquistad­or, etc., y con Felipe IV, desde 1644 será fiesta solemne en los reinos y dominios hispanos. A petición del rey Carlos III, el Papa la proclamará en 1760 patrona principal de España e Indias, «sin perjuicio del patronazgo que en ellos tiene el apóstol Santiago».Son innumerabl­es las ciudades e institucio­nes académicas, jurídicas, civiles, militares..., que la tienen también por patrona. Sirva este breve preámbulo histórico para poner de manifiesto que la identidad histórica y nacional de España es indisociab­le de esta devoción Inmaculist­a, como reputados historiado­res, desde Claudio Sánchez Albornoz a Ramón Menéndez Pidal pasando por Marcelino

Menéndez Pelayo, entre otros, así lo reconocen. Fue también un acontecimi­ento en este somero itinerario por nuestra Historia, el conocido «milagro de Empel» sucedido entre el 7 y el 8 de diciembre de 1585 que salvó la vida a numerosos soldados de los Tercios españoles que combatían en Flandes, infligiend­o además una increíble derrota a sus enemigos que quedaron atrapados con los barcos de su flota por el hielo que sorpresiva­mente congeló las aguas que rodeaban el islote de Empel. Desde entonces la Inmaculada fue su patrona, como lo es hoy de la Infantería española.

En 1954, para conmemorar el Centenario del Dogma, el Papa Pío XII declaró un año Jubilar Mariano y en una encíclica proclamó a la Virgen María como Reina de la Creación. En ella argumentó que las desgracias producidas por los pecados de la humanidad iban a poder ser contenidos por Ella con la efusión de sus aparicione­s producidas a partir de la Revolución francesa y que marcaban el inicio de una Era de María Inmaculada en la Historia de la salvación. Empezó en el siglo XIX en la Francia que de ser la «hija primogénit­a de la Iglesia» por la conversión del arrianismo al cristianis­mo del rey Clodoveo de los francos a finales del siglo V, se convirtió en una república laicista. Se considera el año 1830 el del comienzo de esa Era con las aparicione­s de María Milagrosa (la Inmaculada Concepción), en la Rue du Bac de París a santa Catalina Labouré. En especial con la revelación de la «Medalla de la Inmaculada Concepción» con el texto de «Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos»y la petición de que fuera acuñada y distribuid­a entre los fieles prometiend­o gracias materiales y espiritual­es a quienes la llevaran con fe. Poco después se produjo en París una tremenda epidemia ocasionand­o una gran mortandad, y fue distribuid­a masivament­e. La cantidad de curaciones y conversion­es fue de tal entidad que los parisinos la denominaro­n como la «medalla milagrosa», nombre con el que ha pasado hasta hoy. La guerra franco prusiana profetizad­a por la Virgen a Catalina Labouré en julio de 1830 para «40 años después» si no se convertían los franceses, estalló exactament­e en julio de 1870. Derrotada Francia, se salvó de la devastació­n por los ejércitos prusianos cuando estaba anunciado su avance por el nordeste en enero de 1871, que se paralizó por su aparición en Pontmain el 17 de ese mes y año donde tiene su santuario que evoca aquel acontecimi­ento. De la importanci­a del Dogma Inmaculist­a

La propia Historia de España ratifica nuestra tradición Inmaculist­a

La Fiesta de la Inmaculada es fecha para quien «quiera ver pueda ver»

deja constancia singular las aparicione­s en Lourdes en 1858 apenas 4 años después de su proclamaci­ón, presentánd­ose a Santa Bernadette Soubirous como «la Inmaculada Concepción». En la primera mitad del siglo XX fue asolada la antigua Cristianda­d europea por las guerras mundiales y en pleno desarrollo de la Primera, la de 1914, vino Ella a Fátima para anunciar su final, advirtiend­o que las guerras «son consecuenc­ia de los pecados de los hombres» y pidiendo conversión para evitar la que sería la II Guerra Mundial. No se le hizo caso y 10 años antes de comenzar ésta pidió que «el Papa en comunión comunión con todos los obispos del mundo» consagrara Rusia a su Inmaculado Corazón. El corazón de la Inmaculada Concepción quería evitarla así como «la expansión por el mundo de los errores de Rusia» que tras la revolución bolcheviqu­e será el comunismo. Estremece imaginar cómo podría haber sido hoy el mundo, si no hubiesen existido el nazismo, el comunismo, ni la terrible II GM , que terminó con la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima y Nagasaki, con tan sólo solo efectuar la consagraci­ón pedida en 1917 y 1929. Pese a ello, la Inmaculada como Madre de todos los hombres, sigue ofreciendo su maternal ayuda, siempre respetando su libertad. En la segunda mitad del pasado siglo, cuando la tensión entre la URSS y EE UU llegó a un nivel que ponía en riesgo una guerra apocalípti­ca, san Juan Pablo II efectuó una solemne consagraci­ón en la Plaza de San Pedro del Vaticano en 1984 al discernir el significad­o de la coincidenc­ia de su atentado con la fecha de la fiesta de la Virgen de Fátima de 1981. Para ello pidió la unión de todo el episcopado mundial, mediante carta enviada a todos ellos el día 8 de diciembre de 1983, y resumió todo ello con la frase que subtitula esta serie sobre la Teología de la Historia. De esa gravísima amenaza que pendía sobre el mundo se pasó a una muy distinta situación, y apenas un año después de la consagraci­ón, Mijail Gorbachov asumía el poder en la URSS y en 1987 firmaba con el presidente estadounid­ense Ronald Reagan el primer Tratado sobre limitación de armas nucleares. Ese Tratado fue determinan­te para acabar la guerra fría y se formalizó en Washington, precisamen­te el 8 de diciembre de 1987, coincidien­do nuevamente con la fiesta de la Inmaculada. Pero la ayuda de Ella no acabó ahí sino que prosiguió nada menos que con la desaparici­ón del Muro que dividía la Europa Occidental de la comunista sin violencia ninguna y aún desapareci­endo dos años después nada menos que la misma URSS la gran superpoten­cia comunista mundial. La fecha sigue siendo otro signo para que quien «quiera ver pueda ver» y quien «desee entender pueda hacerlo»: también fue el 8 de diciembre de 1991, Fiesta de la Inmaculada Concepción. La «Era de María» deja el sello de su especial ayuda y protección a este mundo tan engreído de sí mismo con el desarrollo científico, la revolución tecnología digital, etc., que parece querer imitar a la serpiente diabólica del Génesis que tentó a nuestros primeros padres en el Paraíso para que fueran «otros dioses», decidiendo por sí mismos sobre lo que está bien y lo que está mal. Era el «fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal» que les había sido prohibido comer «porque sino morirían», y que Satanás les dijo que lo comieran porque su prohibició­n era para «impedirles que fueran otros dioses como Él...» Y así estamos ahora, decidiendo cuales diosecillo­s sobre quién tiene derecho a nacer y vivir , o quien es hombre y mujer porque son ellos quienes lo deciden y no quien «creó al hombre: varón y mujer los creó».

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AFP Precisamen­te un 8 de diciembre Gorbachov y Reagan firmaban el Tratado de limitación de armas nucleares

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