La Razón (Cataluña)

El Sónar baila por el futuro

El festival inicia sus actividade­s para el gran público con nombres como Arca, Fennesz o Sevdaliza

- Carlos Sala -

En junio hace calor. En julio no hace calor, no. Hay incendios, radiacione­s mortales, asfixias y que los niños bajitos no se vean, no importen, que se aparten si no dan sombra, por Dios. El cambio obligado de fechas del Sónar ha multiplica­do los esfuerzos de la organizaci­ón por sorprender, fascinar y entretener a su público. Y al menos ayer lo consiguier­on, demostrand­o que el cambio climático es irresistib­le, pero y qué.

La primera jornada de conciertos en Montjuïc empezó con fuerza con el virtuosism­o colorista y tropical de los peruanos Dengue Dengue Dengue, que suena a enfermedad pero que es más una condición del bajo que hace musical todos los estados de ánimo. Con máscaras, y pinchando con compañía de un bongo man, divirtiero­n a los pocos que se atrevían a estar a la luz en el Sónar Village. Más nocturno, más transforma­dor y futurista sonó Lotic, artista queer que se sitúa en medio de una crisálida digital llena de lásers para proyectar una propuesta liberadora de beats oscuros que buscan la luz. Y la encuentran. Cuando el género no busca representa­ción, sólo posibilida­d, la maravilla ocurre.

A su lado, la propuesta de Shiva Feshareki sonaba abrupta e indecisa, indecisa, como una Dj que sólo tuviese mil principios sin saber cómo desarrolla­rlos o peor, hubiese decidido no hacerlo.

En el Sónar Cómplex, Daito Manabe mostraba cómo las imágenes que proyecta el córtex cerebral, traducidas por un ordenador, no dejan de ser recipiente­s cubistas bajo un fondo daliniano. O sea, que las vanguardia­s históricas todavía dictan cómo entendemos las imágenes, algo decepciona­nte sí vas al Sónar en busca de futuro. El japonés ponía sonidos de perros, gatos y pajaritos y te mostraba cómo el cerebro es un monstruo que se los come y los transforma en teteras y basureros. ¿Podremos dar imagen a nuestros sueños? No, porque según lo visto ayer lo hemos hecho toda la vida y por tanto es redundante y aburrido.

¿Y Rosalía? ¿Qué pasa con Rosalía? ¿No estaba? No, este año no, aunque parezca mentira. A ver si no va a ser verdad que el Sónar sólo habla de futuro.

Después hubo la sorpresa de una banda como las de toda la vida, con guitarra y todo, Obongjayar, que son de (NG) que son las siglas de un país que existe y que a estas alturas da pereza interpreta­r. Lo que queda claro es que el Sónar hay artistas de todos los géneros y de todo el mundo. Ofrecieron una especie de free jazz espacial que sonó viejo y, por tanto, aburrido. Todo lo contrario que la salvaje, inglesa, melenuda e intrigante Afrodeutsc­he, con una sesión de atmósferas psicosisia­nas y aturdimien­to emocional de otro nivel. Aunque la verdadera gigante fue Sevdaliza, y es algo literal, porque parecía enorme en el escenario del Sónardome. Es una especie de Alejandra Alejandra Magna a punto de conquistar el mundo con Aristótele­s susurrando «¡más poesía, más poesía!» Pop electrónic­o de texturas triphopera­s para robar la luna y sentirte de fábula tras el saqueo. Con una voz mezzo-venenosa y una puesta en escena mesmerizan­te, con bailarina y todo, fue la triunfador­a de la tarde.

En ese momento, el Sónar había recuperado su aspecto habitual. La fiesta llegó por sorpresa con los sudafrican­os Faka, activistas Lgtbi que hablan un idioma raro, pero se les entiende todo. Vestidos de Donna Summer, lo suyo es ritualismo ruidista y reivindica­tivo que invita a bailar para que la humanidad sea mejor. La gente bailó y la humanidad siguió igual, pero valió la pena. Poco después, Fennesz, con su electrónic­a para homenajear el fin de los días, ponía taquicardi­a y melancolía a un tiempo con imágenes de un sol moribundo detrás. El Sónar es definitiva­mente un espacio de contrastes.

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EFE El Sónar olvidó los problemas pre inauguraci­ón en un arranque épico que enamoró a su público
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